La inteligencia emocional es la
capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para
manejarlos. Se trata de un término que puso en boga Daniel Goleman –que no
Coleman, ex técnico realista y actual seleccionador de Gales- con la
publicación de su célebre libro que tituló con ese nombre en 1995. Bien. Tengo
claro que los futbolistas de la Real el pasado fin de semana en Madrid no la
pusieron en práctica. Más bien se olvidaron de ella o, quién sabe, lo que sería
más preocupante, carecen de la misma. De otra manera no puede explicarse si no,
la decisión de salir a ‘celebrar’ por las calles de Madrid el 5-1 cosechado en
el Santiago Bernabéu.
Hasta el otro día pensaba que
‘Gabanna’ era el segundo apellido de una ropa de marca italiana. Ahora ya sé
que se trata de una discoteca de moda en la que la presencia de VIP-s suele ser
habitual, lo que también provoca que haya un buen número de cazadores y
cazadoras de autógrafos. Evidentemente, los txuri urdin que acudieron allí no
tuvieron la habilidad, claro, de manejar, en este caso, los sentimientos
ajenos, personificados en la sufrida afición realista que terminó el sábado
cabreado y avergonzado por la pusilánime y pobre imagen ofrecida por los suyos
en el coliseo blanco. Qué decir, obvio, de los que tuvieron la meritoria idea
de desplazarse hasta allí. Parece claro que los sentimientos propios eran los
de asumir una derrota que estaba en el guión, pasando página desde ese
mismísimo momento y correr un tupido velo cuanto antes. Y esa es la sensación
que dio el equipo en el propio terreno de juego que, es al final, lo más
doloroso. Vimos un once abatido de antemano, que no necesitaba tampoco, por
cierto, la ayuda del entrenador y su táctica para salir al campo con mentalidad
perdedora y cumplir el trámite de salir derrotado de Madrid. Pero ojo, porque
una cosa es perder contra el líder y otra cosa es ser arrollado y ni siquiera
hacer ademán de poner un ‘pero’ para que no lo haga. Alfombra roja, oigan. Y a
otra cosa, mariposa.
Con todo, la conclusión más clara
que se extrae de todo esto es que el aficionado sufre y padece mucho más las
derrotas que los propios jugadores. Y son estos, sin embargo, los que
representan una camiseta y un escudo. Por eso, sólo por eso, por respeto a los
diez, treinta, mil o veinte mil que se marcharían poniendo el grito en el cielo
el sábado a la cama, se lo tenían que haber pensado un par de veces antes de
salir de fiesta. Porque aunque, por supuesto, cada uno puede hacer en su tiempo
libre lo que le de la real gana, no todos representan a una masa social ni a un
sentimiento tan hondo y profundo como lo que supone, para muchos, la Real
Sociedad. Es muy sencillo. Inteligencia emocional. Sentimientos propios. Pero
también los ajenos. Y saber manejarlos bien. Goleman hubiera suspendido a
todos. Incluido Montanier, claro.
Pasillo al campeón
La Real le hizo pasillo de campeón
al Real Madrid antes de tiempo. Montanier dispuso de un sistema con cinco atrás
que cada vez que lo prueba el desastre es mayor. Y que para el minuto 6 ya lo
habían hecho trizas Higuaín. Después, un dato revelador leído por ahí: ocho
faltas en todo el partido, cuatro tarjetas. Es decir, poquísimas trabas al
rival y las que se pusieron, mal hechas porque tuvieron castigo. ¿Cómo puede terminar
un central un partido en el que te meten cinco sin cometer ni una sola falta?
Con esa falta de carácter y agresividad es imposible puntuar en ningún lado.
Perder entraba en los planes de todos. Pero no de esa manera. Hay que decirlo.
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