La idea de zanjar la temporada un
martes entre semana con un triunfo en casa era atractiva. Qué mejor. Tres
puntos, alcanzar los 40 y a otra cosa mariposa, chorizo y jamón en los últimos
compromisos y un año más en Primera. Obviamente, no iba ser tan fácil. Y el
deseo se convirtió en frustración. Otro empate, sólo una victoria en los seis
antecedentes más próximos, y, salvo sorpresa superlativa, pelea y sufrimiento
asegurados, quién sabe, hasta que se cierre el telón de la 2011/12. Y eso que
más barata, la permanencia, no puede estar.
La cosa no pinta bien. No lo digo
por la consecución o no del objetivo, sino por todo lo que vendrá después. Que
la Real descendiera supondría uno de los mayores descalabros no ya de su
historia sino de la historia del fútbol en general. Por eso, no voy a hacer
otra cosa que cortar esa posibilidad, de raíz. Pero es evidente que las aguas
bajan revueltas por Anoeta y que Montanier es el que está a punto de mojarse
bajo la cascada. La afición, en una amplia mayoría, se posicionó el martes en
contra de su continuidad. Por las razones que sean, no ha calado entre los
seguidores, que, además de comprobar que el de Vernon no conecta con ellos,
presencian un domingo sí y otro también, con incredulidad, cómo éste hace y
deshace a su antojo, en ocasiones sin ningún tipo de sentido común, adoptando
decisiones, o no adoptándolas, cuando parecen cristalinas.
Montanier está fallando, y mucho, a
la hora de gestionar los partidos y el encuentro ante el Betis no fue sino otro
exponente más. En esta tesitura –con la afición en contra y con las dudas que
se ciernen sobre él como “entrenador de partidos”-, parece razonable señalar
que sí hay debate y que el Consejo deberá meditar y muy seriamente si quiere
que el francés sea el comandante de la nave una temporada más.
Muchos defienden su capacidad de
dar entrada a los jóvenes, de no temblarle el pulso a la hora de darles la
alternativa. Yo me pregunto, ¿acaso tenía otra alternativa?, ¿acaso estaba en
disposición de exigir otra cosa? En definitiva, cuando la Real fue en su
búsqueda se le pasó el tren que no podía dejar pasar y, por supuesto, no iba a
tener reparo alguno en ceñirse a la filosofía estipulada. La plantilla era la
que era y él, entre los que había, ha ido poniendo a los que ha considerado los
mejores. Los mismos que atacaban a Lasarte por no darle más coba a
Illarramendi, alaban ahora a Montanier por no precipitar ni poner en peligro la
carrera de Pardo. ¿Acaso no es un contrasentido? ¡Si para cuando lo quieran poner
ya nos lo habrán fichado!
La patata caliente para el Consejo
es importante. Primero hay que amarrar la permanencia. Pero después agárrense
que vienen curvas. Porque, si se diera el caso, hipotético, de que destituyeran
a Montanier, sería aberrante que el que lo fichó, el director deportivo Loren,
no siguiera sus mismos pasos. Despedir a un técnico al que habías renovado
meses antes, ir a buscar a otro, pagar religiosamente su cláusula y hacerle un
contrato por dos temporadas, y echarle tras la primera sólo puede definirse de
una manera: un estrepitoso fracaso. Ahora bien, mantenerlo para evitarlo sin
tener una confianza ciega en él sería aún peor, sería una irresponsabilidad
imperdonable.
Mikel, uno más para la
causa
La determinación que deberá tener
Aperribay y su Consejo una vez lograda la permanencia en el ‘caso Montanier’ no
le está faltando a la hora de las renovaciones. Esta semana se hizo oficial la
continuidad, hasta 2017, de Mikel González, al que hay que reconocer que se la
ha ganado sobre el verde. Inició la temporada como el tercer central de la
plantilla, pero sus actuaciones han provocado que se convierta en un fijo en el
‘once’ txuri urdin. Sin duda se trata de una buena noticia ya que en la
actualidad se encuentra en su mejor momento. La Real ata a uno de sus activos
más golosos.
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