Jugar sin presión puede tener
efectos diferentes. Uno, que la relajación provoque una falta de tensión que cristalice
en apatía, en definitiva, una falta de respeto a los aficionados. Dos, que una
vez despojados de los agobios por alcanzar el objetivo, la liberación conlleve
que se de rienda suelta al fútbol, ofreciendo una imagen seria y, pierdas,
empates o ganes, digna y representativa del escudo que luces en el pecho. Sin
duda, este último fue el que representó la Real hace 48 horas en el Vicente Calderón.
Como debería ser siempre pero que, por desgracia, no lo ha sido en otras
ocasiones.
Encarar los tres últimos partidos
de Liga abrazados a la permanencia es un éxito. Y el punto cosechado el miércoles en un
terreno maldito, que forma parte de la negra historia de este club, es un botín
preciadísimo no ya por el valor clasificatorio en sí, sino por el paso al
frente que el equipo parece decidido a dar en esta recta final. El reto es
sumar los máximos puntos posibles ofreciendo una imagen seria y competitiva. Sin hacer un partido excepcional, la Real apenas sufrió atrás y, aunque
el gol de Gabi llegó a raíz de una mala gestión en la presión, fue capaz de
crear ocasiones tan claras como la que Agirretxe falló de forma inexplicable.
Lo conseguido supone un refuerzo
evidente para Montanier. Si el equipo, ya salvado, es capaz de mantener el
espíritu, como demostró el miércoles, será difícil que el Consejo no apueste por su
continuidad. Ha tropezado varias veces con la misma piedra y no conecta con la
grada, pero ha cumplido con lo que le pidieron y hemos vivido el más tranquilo
epílogo en años. El año que viene tendrá que ser, pues, el del salto de calidad
y ambición. Que es para lo que le ficharon.

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