Si los baremos para calibrar la temporada de la Real eran la salvación y la introducción de jóvenes en el equipo, como se ha dicho en muchas ocasiones desde el club y desde el propio Montanier, se llega al aprobado con comodidad. Su mejor argumento, los 47 puntos finales, la mejor marca desde el subcampeonato de 2003 y dos puntos por encima de lo que consiguió la Real de Lasarte hace un año. Pero vistos el nivel de la Liga española y las cualidades de la plantilla txuri urdin, mejorada con respecto a la pasada campaña y con un año de experiencia en la élite tras regresar de la Segunda División, la valoración no puede ser tan optimista. No ha dejado esta temporada grandes alegrías. Ni en la clasificación, ni en forma de partidos memorables. En cambio, la Real llegó a ocupar el puesto de colista en la tabla y sufrió sonrojantes goleadas a manos, por ejemplo, de dos equipos que se jugaron la permanencia en la última jornada, Rayo Vallecano y Granada.
Todo eso sin contar dos aciagos recuerdos que marcaron negativamente la temporada. El primero fueron las ocho jornadas consecutivas que estuvo el equipo sin conocer la victoria en la primera vuelta, seis derrotas y dos empates que, ante la impotencia de Montanier, dieron con los huesos del equipo en el fondo de la clasificación. Eso llevó al francés al borde de la destitución, al parecer con Luis Aragonés ya apalabrado por el Consejo de Administración para coger las riendas del equipo, pero se salvó por dos milagros a los que volveremos luego. El otro momento inolvidable desde la vergüenza es la eliminación copera en Mallorca, donde la Real cayó por 6-1 y encajó cuatro goles en siete minutos. Así se borró el único hecho histórico de la temporada visto desde un prisma positivo, la eliminación en la ronda anterior de un equipo de Primera, el Granada, algo que el equipo txuri urdin no había hecho desde las semifinales de 1988 ante el Real Madrid.
La Real nunca encontró un estilo de juego definido y su irregularidad en los resultados impide considerar la 2011-2012 como una buena temporada en su conjunto. Sólo hay cuatro momentos que sobresalen dentro de la línea plana de emociones que ha sido la temporada. El primero fue la remontada al Barcelona en Anoeta, en un eléctrico inicio del segundo tiempo. Del 0-2 al 2-2. Luego llegaron los dos golazos descomunales de Iñigo Martínez desde el centro del campo, el primero en el derbi ante el Athletic en Anoeta y el segundo en el Benito Villamarín para vencer 2-3 al Betis en el descuento. Ese fue el primero de los milagros que salvaron a Montanier de un cese más que anunciado. El segundo llegó una semana más tarde y fue el último gran momento de la temporada, la memorable remontada al Málaga con dos golazos de Vela e Ifrán en los instantes finales y con todos los delanteros del equipo sobre el césped. Eso ocurrió en diciembre. A partir de ahí, cierta rutina.
Y eso que la temporada no empezó mal, aplazada la primera jornada con el Atlético de Madrid, con la victoria en Gijón y el empate en casa ante el Barcelona. La Real ocupó puestos europeos en el arranque del torneo, pero pronto cayó en picado. La derrota en el derbi en Anoeta por 1-2, regalando la primera parte a un Athletic que todavía no había ganado un solo partido en Liga, y el ultradefensivo planteamiento ante el Real Madrid supusieron duros golpes para el equipo y la afición. Ambos partidos están en esa racha de ocho encuentros sin ganar que enterró todas las posibilidades de hacer algo ilusionante en esta temporada ya desde su arranque. Después la Real remontó el vuelo gracias a que encontró cierto equilibrio en el centro del campo, con la espléndida noticia además de la irrupción de Rubén Pardo (mermada, eso sí, por un Montanier que nunca le dio el mando del equipo y se obstinó en que apenas jugara junto a Illarramendi los últimos 14 minutos de la temporada) y a la efectividad de sus delanteros titulares, pues Vela anotó 12 goles y Agirretxe 10.
En la segunda vuelta, y debido a lo apretado de la clasificación, la Real tuvo en su mano la posibilidad de dar un salto espectacular en la clasificación. Pero cuando llegaron esas opciones, el equipo volvía a las andadas. A eso hubo que sumar otra deficiente segunda vuelta como visitante. Con rivales a priori más sencillos que los de la temporada pasada, tampoco consiguió sumar ni una sola victoria. Sí empató tres en el tramo final, despejando parcialmente los fantasmas, pero no ganar por segunda año consecutivo en un tramo tan largo de la temporada es una dura losa. Si no tuvo tanto efecto como hace un año es porque los de Montanier sí consiguieron encajar largas rachas sin perder un encuentro. Siete jornadas estuvo sumando siempre tanto en la primera vuelta como en la segunda, aunque las igualadas restaron capacidad de escalada a esos buenos meses. En la primera vuelta se sumaron 13 de 21 puntos posibles, y en la segunda 11.
Al final la Real se ha quedado en tierra de nadie, a ocho puntos de Europa y a seis de los puestos de descenso. ¿Es suficiente? Los objetivos marcados por el club tendrían que dar una respuesta negativa a esa pregunta. Para un equipo como la Real, saneado económicamente y con un potencial de cantera envidiable, el crecimiento no puede ser sumar dos puntos más y ganar tres jornadas de tranquilidad con respecto al año pasado. Y no hay más que pensar que este año se ha hablado más de cuestiones que no dan puntos que de los éxitos deportivos. Desde la situación de jugadores como Ifrán, Llorente a Rubén Pardo, pasando por la muy comentada juerga de parte del grupo en Madrid tras el 5-1 del Bernabéu, los coqueteos de comienzos de temporada de Griezmann con el Atlético de Madrid, la presencia de cuatro realistas en San Mamés para ver las semifinales de la Europa League o, por citar también algo emocionante y bonito para el aficionado txuri urdin, la despedida de Aranburu.
La temporada, con más fallos que aciertos, ha sido de transición. Es la segunda consecutiva que, tras el paso por la Segunda División, puede recibir ese calificativo. Pero si la pasada quedó así por una mala segunda vuelta a domicilio, ésta ha dejado durante demasiado tiempo una sensación frustrante, jalonada con grandes goleadas encajadas, no sólo ya por los equipos de la parte alta sino también por equipos que lucharon por no descender, y con enormes dudas sobre la capacidad de Montanier para sacarle verdadero partido a la plantilla que se puso en sus manos. Todo lo que no sea admitir esa frustración o la escasez de alegrías en la competición, parece un intento de edulcorar la realidad, lícito pero en el fondo irreal. No basta decir que la próxima temporada seremos mejores porque eso es lo que se dijo hace justo un año. A Montanier se le fichó para un proyecto más largo, sin duda, pero también para que el equipo creciera ya. Se le dieron refuerzos de nivel, canteranos y foráneos, con ese fin. Y lo cierto es que no se ha logrado avanzar. La Real se ha consolidado como un equipo que salva la categoría con relativa tranquilidad. Pero nada más. Y podemos ser mucho más que eso.
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