viernes, 18 de mayo de 2012

RESUMEN DE LA TEMPORADA (3/6). MONTANIER, DEMASIADAS DUDAS DE PRESENTE Y DE FUTURO

El fútbol es deporte más sencillo de lo que parece. Lo que parece blanco, suele ser blanco. Lo que es negro, en la gran mayoría de las ocasiones es negro. Y, por sorprendente que parezca, a veces hay gente que lo ve todo al revés. Philippe Montanier es uno de esos entrenadores en los que, a tenor del clima que se ha generado en torno a él (a excepción de sus identificables defensores a ultranza), todo parece negro. Siendo justos, no es así. No todo lo que hace Montanier está mal hecho, aunque es difícil encontrar argumentos futbolísticos para defenderle. Su primera temporada en la Real ha sido una inmensa decepción, de principio a fin aunque con altibajos. Y no por una tardanza en asentarse en club y en la Liga española, por una disparidad de criterios en cuanto a los jugadores escogidos o una falta de comunión con sus ideas. Montanier ha decepcionado porque, a lo largo de toda la temporada, ha protagonizado momentos cuestionables, ha evidenciado características difíciles de asimilar y ha adoptado decisiones en muchos casos incomprensibles. Y porque en un equipo como la Real no puede considerarse un éxito lograr la permanencia con tres jornadas de adelanto y dos puntos más que en la temporada anterior. Eso no marca una diferencia.

Jugó en contra de Montanier la decisión del Consejo de echar a Martín Lasarte bajo el pretexto de que ésta debía ser una temporada de crecimiento que él no podía comandar. Es cierto que hace un año se sufrió para lograr la permanencia, pero Lasarte tenía un bagaje en el equipo y entre la afición que no contó para nada a la hora de decidir su cese. Cualquiera que viniera sería mirado con recelo por la masa social, y más cuando se instaló la creencia de que el finalmente contratado no era la primera opción (y sí Bielsa, que acabó, como se sabe, en el Athletic y jugando dos finales a pesar de su también deficiente trayectoria liguera). Eso le ha pasado a Montanier. Como también que no haya sido el entrenador que vendió el Consejo ni, tampoco, el que él mismo quiso vender. La Real de la pretemporada era un equipo que quería el balón, que dominaba la posesión, que generaba ocasiones de gol con paciencia y calidad, aunque le faltara velocidad y una marcha más en su juego. Pero en el momento en el que empezaron los partidos oficiales, quizá fue por temor a los efectos en Primera División de esa lentitud, Montanier traicionó esas ideas que venía a implantar y Bravo jugó más balones en largo de los que lanzó con Lasarte en el banquillo. Sólo se mantuvo fiel al esquema que propuso desde el inicio, el 4-3-3.

Se le trajo para ser valiente con los jóvenes. Y fue valiente con Iñigo Martínez e Illarramendi, eso es indudable, sobre todo con el primero, que tenía ficha del Sanse. Eso es su mayor acierto, pues es indiscutible que Iñigo es una de las noticias más fantásticas de la temporada para la Real Fue valiente con Cadamuro, aunque también un tanto insensato por colocarle en todos los puestos menos en el que se suponía que podía rendir mejor y por el que subió al primer equipo, el de central. Pero no fue valiente con Rubén Pardo. Aseguró que no iba a mirar la edad de sus jugadores pero con Pardo lo hizo, y lo dijo. El caso del centrocampista evidenció que Montanier remaba en demasiadas ocasiones en contra de los deseos de la grada, que esto lo veía no ya blanco sino cristalino. Cada vez que Pardo jugó, opositó para conseguir un puesto de titular, pero Montanier premió con esa distinción a jugadores que durante mucho tiempo no hicieron los mismos méritos. Elustondo fue titular contra viento y marea, y no mantuvo el buen nivel de finales de 2011 durante toda la temporada. Y eso por no hablar del inexplicable empecinamiento, del que todavía no se han dado explicaciones ni se darán, en que Mariga jugara.

La gestión del vestuario ha sido otro enorme problema para Montanier. A Ifrán no se le dejó salir en enero con la promesa de unos minutos que nunca llegaron. En lo poco que jugó no se vio al jugador pasota que cabía suponer, sino a alguien que pudo dar más rendimiento. El ostracismo de Llorente aún no sabemos si se debe a su lesión o a que no es del gusto de Montanier, porque el propio técnico ha dicho ambas cosas en diferentes ruedas de prensa. No se fue claro con ninguno de los dos y eso es responsabilidad tanto del club como de su técnico. Lo de Mariga ha quedado ya en el olvido, pero sería bueno que no fuera así. Todo el mundo tenía claro que no tenía sitio en la Real, que estaba mostrando un niuvel paupérrimo e inaceptable, pero mantuvo su puesto de titular durante tres largos meses. Tampoco se recuerda que Aranburu parecía desahuciado a comienzos de temporada y que después Montanier, después de descubrirle, tampoco supo cuándo darle descanso. Poco se ha comentado que algunos de los pilares de la Real de Martín Lasarte han demostrado un nivel muy bajo durante la temporada. Le sucedió a Xabi Prieto o a Demidov. Tampoco parece casual que ninguno de los laterales haya sido indiscutible y que su aportación general a la temporada de la Real haya sido escasa.
Pero el problema de Montanier es más profundo que el trato que haya dado a uno u otro jugador o sus preferencias por uno u otro en un puesto determinado. Encontró, en el segundo tercio del campeonato, un modelo que le permitió sacar puntos con notable efectividad. Tarde quizá, pero lo encontró. Su equipo pasó a basarse en el contragolpe y en los ataques fulminantes. Encontró el sistema porque se le apareció una mejora, no es descabellado decir que sorprendente dado su nivel del primer tercio de Liga, de Griezmann y Vela. Si estos dos veloces jugadores no hubieran sostenido el equipo, quizá el final de la temporada no hubiera sido tan tranquilo como finalmente lo fue. Sin embargo, el fútbol de la Real no obedecía a un ideal definido de cómo ganar los partidos tanto como al nivel individual de sus jugadores. No se detuvo la sangría de goles que arrastraba el equipo desde la pasada temporada. No se vio una mejora en las jugadas a balón parado, más bien al contrario, nunca hubo lanzadores fijos y durante largas temporadas se sacaban todos los córners en corto sin que se sacaran réditos concretos de aquello. En general, nunca pareció que la Real estuviera mostrando el nivel que se le presupone a la plantilla.

En mas de un sentido, la gestión de los partidos fue otro de sus graves problemas, hasta el punto de que esa expresión la utilizó el presidente, Jokin Aperribay, para pedirle una mejora a su técnico. Lo dijo cuando el Betis remontó en cinco minutos, antes de la maravilla desde el centro del campo de Iñigo Martínez, un partido se ganaba por 0-2 ante un rival casi muerto. Montanier casi lo tiró por la borda con un innecesario cambio ultradefensivo para colocar una defensa de cinco. La misma con la que se quiso enfrentar al Real Madrid, en una aciaga noche en la que demostró que también sabe calibrar lo importante que es la imagen en los partidos grandes. Tampoco entendió lo que supone el derbi contra el Athletic, regalando las primeras partes en los dos duelos y dejando en bandeja las dos victorias al vecino. De esta forma dilapidó la bendita locura que permitió remontar al Barcelona y compensar la también sonrojante primera parte que hizo el conjunto de Montanier ante el entonces campeón de Liga. Curiosamente, junto al Sevilla, es la Real el único equipo que le ha ganado los dos partidos al tercer clasificado, el Valencia.

Montanier no es un motivador. Eso va en el carácter. Escuchar las ruedas de prensa del técnico francés se ha convertido en un ejercicio rutinario. Son intercambiables y olvidables. Pero tampoco parece un estratega consumado. Y, si lo es, necesita que se le recuerde que los partidos se pueden cambiar desde el banquillo. Anoeta coreó en muchas ocasiones aquello de "gabacho, mueve el banquillo" porque veía las cosas con más claridad que su entrenador. Se convirtió en leyenda su primer cambio en el minuto 70, realizado en incontables ocasiones. Y eso supuso perder más de un partido, incluyendo el sonrojante encuentro copero en Mallorca, que no supo parar hasta que los isleños alcanzaron el rotundo 6-1 que consumaba un nuevo fracaso en la Copa. Aquel día, por cierto, protagonizó otra olvidada metedura de pata al acusar a sus propios jugadores de falta de profesionalidad, cuando el vestuario había callado ante previos y clamorosos errores por su parte. Al menos sí recondujo bien un posible enfrentamiento en el vestuario, como evidenció la dedicatoria de los jugadores a su técnico de la victoria por 4-0 ante el Rayo, tras dar la cara por los futbolistas después de la juerga de Madrid.

La Real puso y mantiene a Montanier en una situación difícil cuando se aferra a su continuidad incluso mientras buscaba sustituto. Eso sucedió tanto después de aquella racha de ocho partidos sin ganar como en el tramo final de la temporada, hasta el punto de que le ha tenido que ratificar públicamente con la Liga ya acabada. La afición no le ha brindado al técnico una adhesión inquebrantable y duda de él. Motivos tiene de sobra. Se puede hablar de una plantilla joven, de que ha mejorado levemente los registros de la pasada temporada y de que en casa sus números han sido bastante aceptables. Pero los defectos y los errores son muchos más, se han visto a lo largo de la temporada y parecen formar parte de su idiosincrasia como entrenador, y no simples accidentes o coyunturas derivadas de una temporada concreta. Su continuidad es un riesgo, y es difícil saber si se hace por convicción o porque no queda más remedio. Evidentemente, todos los realistas le deseamos suerte, porque su suerte es la de la Real, pero que él mismo no entienda, y que lo diga abiertamente, las dudas de presente y de futuro que tiene la afición supone un motivo añadido de preocupación. Porque hay muchas cosas que son negras y no hace falta ser un entendido para verlo.
Más información y artículos en Corazón Txuri Urdin

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