Hay quienes nos califican de pesados o acomplejados por evocar continuamente a nuestra gloriosa historia, pero se confunden. Al menos a veces. Vigo permanecerá siempre en nuestros corazones como aquella fatídica noche de sueños rotos en la que una derrota en la penúltima estación impidió a nuestra Real alzarse con su tercer título de Liga. Pero hay una ciudad entera que jamás olvidará lo que vivió ese día, y no precisamente porque su equipo alcanzó el mayor hito de su vida en Liga, al quedar cuarto y clasificarse para la Champions League. Un claro exponente de lo que digo me sucedió nada más llegar el jueves para visitar a mi mejor amigo, que por cuestiones profesionales es un donostiarra reconvertido en gallego. Cuando entrábamos en un ascensor se encontró con un conocido y le comentó que esperaba visita para este fin de semana, ya que la Real jugaba el sábado en Balaídos. La respuesta fue emocionante: "Todavía me acuerdo de cuando vinieron tantos a ver ese partido. Qué impresionante la imagen de todos ellos llorando por la calle al final. Creo que alguno de tus compañeros incluso se fue antes del final porque no podían estar ni en el campo…". No hay un bar de Vigo que no hiciera su agosto en las 48 horas en las que se produjo la invasión txuri-urdin. Es más, en uno al que acostumbraba a ir, cada vez que hablaban del conjunto donostiarra decían que nunca habían visto nada igual y que en mitad de la mañana del partido se les habían acabado las botellas de Albariño. Sí, yo también siento el mismo escalofrío que ustedes…
La Real sigue siendo grande. El triunfo ante el Barcelona nos transportó a tiempos pasados en los que mirábamos de frente a los clubes más importantes y millonarios del mundo. Una vez más, pocos periodistas de fuera de Gipuzkoa han incidido en la historia de que por segunda vez en tres años, y pese a estar lejos de la cabeza, el conjunto txuri-urdin ha sabido proteger y conservar con orgullo su récord de imbatibilidad. A lo largo de la semana varios jugadores realistas han declarado que el fin de semana fue perfecto y han destacado lo contenta que se veía a la gente. A veces se les olvida; son unos privilegiados capaces de repartir felicidad. Pero es cierto que también tienen la presión de la responsabilidad, y si no que recuerden las lágrimas de tristeza de sus seguidores dentro y en los alrededores de Balaídos en 2003.
Si queremos matizar el término perfección, siento discrepar, pero pese a no coincidir con el día de San Sebastián, aquella era la fecha señalada. Con cerca de 13.000 aficionados que habían recorrido 800 kilómetros para estar cerca de su equipo con el que llevaban meses disfrutando y sufriendo, porque cuando existe la obligación de ganar la presión es inaguantable por momentos, todo parecía señalado para vivir la fiesta más grande de mi vida. Desgraciadamente, de lo que pudo haber sido se pasó al disgusto jamás sentido, algo que suele suceder cuando tu equipo alcanza una especie de final sin que sea costumbre.
Espero que a mi amigo y compañero de viajes Xabier Isasa no le moleste que cuente una anécdota que vivió con su tocayo Alonso, que para mí resume con precisión lo que percibí yo ese día. Cuando estaba en el aeropuerto para el regreso, el primero estaba desconsolado, incapaz de darle la vuelta, y el entonces realista, al intentar decir unas palabras de ánimo, se encontró con una respuesta reveladora: "Esta era mi gran oportunidad de vivir y celebrar un título de Liga. Cuando se consiguieron los dos anteriores era demasiado joven y no las pude disfrutar igual. Tú seguro que ganas mucho en tu carrera, pero esta era la mía". Hoy en Vigo habrá de nuevo muchos seguidores blanquiazules. Los que estuvimos aquel día seguro que rememoraremos cada bar y lugar que visitamos. Los vigueses, cuando nos vean, volverán a recordar a la mejor afición que les ha visitado nunca y aquella noche en la que sus calles se inundaron de un desgarrador llanto txuri-urdin.
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