Foto: Javi Colmenero |
El conjunto txuri-urdin tuvo que sufrir muchísimo en la primera parte, en la que su rival le arrolló por momentos. Este hecho dota de mayor valor si cabe a la gesta guipuzcoana, ya que en años anteriores probablemente hubiera encajado los suficientes goles como para quedarse sin opción. En otra lección de madurez, y ya van muchas esta campaña, los realistas aguantaron el chaparrón y, en una jugada puntual, consiguió empatar. No fue casual. Esta campaña la Real dispone de un potente arsenal ofensivo, pleno de talento, que le permite estar cerca del gol en todo momento. La jugada fue absolutamente decisiva, porque en la segunda parte los realistas por fin se asentaron y acabaron destapando el tarro de las esencias con un fútbol de salón exquisito y práctico.
Sin Vela
Philippe Montanier rizó el rizo en las horas previas al derbi al sentar a Carlos Vela. Su decisión pasará a los anales de su largo historial de decisiones incomprensibles. El técnico volvió a demostrar que sigue viviendo en una burbuja. Al término del choque ante el Levante no tuvo problemas en declarar que para ellos el derbi era un partido más y no le obsesionaba. Si después de casi dos años no se ha enterado lo que significa este duelo para Gipuzkoa, apaga y vámonos. Este era el choque en el que había que sacar lo mejor que tiene a su disposición. Es como si Vilanova prescindiera de Messi o Mourinho de Cristiano en el clásico en el que se juegan un título. Sabíamos que era un transgresor de normas, al sentar muchas veces al goleador de la jornada anterior o al cambiar al equipo cuando viene de funcionar a la perfección.
Muchos se preguntan fuera de Euskadi los motivos por los que a la afición txuri-urdin le sigue sin convencer Montanier cuando el equipo juega bien y está en puestos europeos. La explicación está en cosas como las de ayer, porque a veces tiene la brillante idea de prescindir del mejor en el encuentro más importante del año. Su idea no admite ni el beneficio de la duda porque luego le saliera bien la apuesta, ya que es un error se mire por donde se mire. Y, es más, la brillante entrada en el choque de Vela se puede analizar de dos maneras: una, que como el mejor no tardó en demostrarlo; y otra, que la estrategia del galo le salió a la perfección, ya que lo sacó para liquidar el partido y lo hizo.
La tesis que refrenda la teoría del error del técnico es que en la primera parte también se necesitaba a los mejores para tener más el balón, atacar con continuidad y no estar tan expuesto a encajar varias dianas que sentenciaran el encuentro antes de tiempo.
Como cabía esperar, el Athletic salió en tromba en buscar de un gol que reafirmara su maltrecha confianza. No fue una cuestión solo de intensidad y garra, que también ya que se llevaron todos los balones divididos, también fue una manifiesta superioridad basada en buen juego. Herrera era el amo y señor de la medular, desde donde no paró de dar varios pases de lujo, y De Marcos no paraba de romper a la zaga con sus internadas como un cuchillo en la mantequilla. Por si fuera poco, un hipermotivado Aduriz traía en jaque a una defensa visitante que no sabía cómo frenarle y que perdió todas las batallas por arriba. Las mejores ocasiones del Athletic llegaron a balón parado, al contar con un excepcional asistente en Ibai y en buenos cabeceadores como Aduriz o San José.
La Real se volvió a amedrentar de salida. No sorprende a nadie que los blanquiazules pierdan pie cuando se presentan en Bilbao con ese plus de tensión acumulada con la que se presentan en los derbis en campo ajeno. La medular también estaba netamente superada y los puntas eran incapaces de aguantar el balón. La única opción, que fue bastante clara, llegó en un gran pase largo de Agirretxe a Griezmann que, incomprensiblemente, falló en el control con todo a su favor.
La gota que colmó el vaso en ese momento de angustia fue una falta sacada por Markel cuando todos estaban de espaldas en una jugada que finalizó con un disparo cruzado de Aduriz. A la media hora Ibai hizo justicia al rematar con mucho mérito un centro de Aurtenetxe. La volea fue a bocajarro, por lo que Bravo no pudo hacer nada, pero sí De la Bella, que no cerró la entrada del extremo.
La jugada decisiva llegó cuatro minutos después. Chory Castro, que había acreditado estar enchufado con varias arrancadas portentosas, sacó a relucir su guante en la zurda para poner un centro de oro que cabeceó a la red Griezmann. De ahí hasta el descanso, el Athletic volvió a apretar, aunque ya con menos fuelle.
Lo cierto es que en la reanudación parecía que lo peor había pasado. Los realistas salieron mucho más centrados y sin complejos. Por fin apareció su faro para dirigirles y orientarles hacia la gloria. Ese no fue otro que Illarramendi. El de Mutriku es un futbolista de primer nivel, capaz de llevar las riendas de cualquier equipo. Su actuación fue simplemente espectacular, al acreditar que el box to box que buscaba Loren en el mercado estaba en casa. Cuando los blanquizules ya habían tomado el control de la posesión y Raúl ya había ofrecido señales de inseguridad, Chory Castro sacó una falta cerrada a pie cambiado, el meta falló y Agirretxe lo aprovechó para anotar de carambola. Un gol de 9, que le concede su merecida cuota de responsabilidad en el éxito. Como el banquillo era de lujo, las posteriores entradas de Vela y Zurutuza simplemente sirvieron para que la Real bailara al Athletic, como antes ya había hecho con el Valencia, el Zaragoza, el Rayo… O tantos otros.
La tercera diana fue para grabarla y mostrarla en las escuelas de fútbol. Una combinación de acciones de máxima calidad y precisión entre Zurutuza, Xabi Prieto y Vela que culminó este último con el tiro ajustado que tanto le gusta. El choque estaba liquidado. San Mamés se había rendido ante la exhibición de clase de su vecino.
Dirán que exageramos, pero la noche de ayer pasará a los anales de la historia txuri-urdin y, desgraciadamente para ellos, de la rojiblanca. La Real superó complejos y traumas pasados con buen fútbol, que es lo que mejor sabe hacer esta temporada. Eskerrik asko a todos los errealzales. Gipuzkoa está de fiesta. San Mamés ha caído y en lo más alto del arco ondea la bandera de la Real. Que la mire bien el nuevo estadio, porque no será la última gesta que logra en Bilbao.
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