En tiempos de felicidad como los que estamos viviendo, no pienso escribir desde el rencor. Siempre he reconocido que en el fútbol y con la Real he tenido el defecto, porque lo es, de apuntar con facilidad la matrícula de los que nos ofenden para pasarles factura en cuanto puedo. Pero admito que me dio mucha pena el Málaga. Su eliminación fue terrible, y no lo digo por la inaguantable retransmisión de Sarabia. Quizá sea porque hemos vivido muchas de estas, pero cuando iban pasando los minutos no paraba de pensar que si tenían que caer eliminados, al menos que fuese sin que les atracasen. Ya sé que el gol de Eliseu también era fuera de juego, pero en los últimos diez minutos los alrededores del área malagueña parecían una ciudad sin ley del viejo oeste.
Cuando sucede una tragedia sonada de este tipo en el fútbol, los que sentimos tanto a un equipo como yo, siempre tendemos a ponernos en la situación de las víctimas. Me pasó también en la famosa final de la Champions del Manchester-Bayern de 1999, cuando remontaron dos goles en el descuento. Yo prefería que ganaran los ingleses, pero solo con pensar que nos pudiese ocurrir algo parecido habría borrado lo que aconteció en la prolongación. Desgraciadamente, no tardamos más que nueve años en conocer esa terrible sensación, con el innombrable encuentro de Mendizorroza.
Pero no son solo malos recuerdos los que me trajeron la eliminación del épico Málaga. Su gesta nos evoca el extraordinario mérito que tuvo la Real en tiempos pasados. Al equipo txuri-urdin le birlaron el pase a una final de la Copa de Europa en 1983, cuando el torneo solo lo jugaban los campeones, con un gol del Hamburgo en flagrante fuera de juego que dio por válido ¡un juez de línea alemán! Eso sin entrar a valorar a tantos equipos que en los últimos años han osado desafiar a los grandes, pero que no han logrado mantener su pulso hasta el final. La Real fue el último David que retó a los dos Goliat y se mantuvo con vida hasta la última jornada de Liga con altas probabilidades de alzarse con el título en 2003. Lo dicho, somos muy grandes.
Con la actual plantilla txuri-urdin el sueño ya ha pasado de querer entrar en Europa a incluso imaginar otra prolífica participación en cualquiera de los dos torneos. Lo mejor que tiene este equipo es su capacidad camaleónica para solventar los obstáculos que se le presentan. Por poner un ejemplo, no hace mucho, los blanquiazules se acobardaban cuando la afición viajaba en masa a animarles. Pocas cosas me emocionan más desde que cubro la información de la Real que llegar a un campo visitante y que haya muchos realzales animando, pero el año del descenso, cada vez que sucedía, al equipo le superaba la situación y perdía. Esto ocurrió hasta el encuentro en Soria de Segunda en 2009, cuando la comunión con los 2.000 seguidores fue indescriptible y los blanquiazules confirmaron que algo nuevo y bueno se estaba gestando. No tengo ninguna duda de que me voy a sentir orgulloso de los nuestros en Vallecas y que su apoyo va a dar alas a sus héroes. Lo sé, porque aparte de ser una afición sin igual, es impresionante la buena relación que mantiene con la del Rayo que, como sucede en la Real, es de largo el gran activo de la institución. Nadie mejor que un jugador que defendió las dos camisetas como Gurrutxaga para encontrar los motivos de afinidad entre ambos equipos, aunque, con su gracia habitual, al entrevistarle dijera que no lo sabría justificar. La explicación se puede encontrar en él mismo, al ser noble, campechano, buena gente y entrañable, como los dos clubes rivales de hoy y su gente. No me reía tanto haciendo una entrevista desde que cubría la información del Rayo, porque siempre aparecía algún personaje digno de estudio. Lo digo ahora, pocas cosas me harían más ilusión que la Real acabara en Champions y los vallecanos en la Europa League. Seguro que al cachondo de Gurru tampoco, el mismo que se preguntaba el año de su estreno en el primer equipo si Casillas, con quien había sido poco antes campeón de Europa, le iba a saludar en una visita del Madrid a Anoeta.
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