Después del partido del Benito Villamarín de la pasada campaña Montanier tocó fondo en el banquillo de la Real Sociedad. Un gol de Iñigo Martínez desde el centro del campo en el descuento le salvó de ser cesado. No me atrevería a decir que la mayoría, pero sí una buena parte de la afición quería –pese a esa victoria y las posteriores- que dejase de entrenar al equipo. Si después de ese partido alguien me dice que año y medio después Montanier iba a dejar al equipo en la Champions le hubiera tomado por loco, pero de remate.
Hay que reconocer que nunca ha tenido el apoyo masivo de la afición, eso está claro. Llegó como un auténtico desconocido y se le vendió como el nuevo Guardiola, lo que contribuyó a que el nivel de exigencia hacia él y el equipo aumentara considerablemente. La victoria en el primer partido de Liga en Gijón y el posterior empate a 2 en Anoeta frente al Barcelona le hicieron ganar crédito, pero pronto empezó a tomar decisiones extrañas y a presentar onces un tanto raros. Ante el Madrid en Anoeta sacó una alineación plagada de defensas y sin recursos ofensivos, demostrando su temor al equipo de Mourinho. Como era de esperar se perdió, pero se perdió dando una imagen muy triste. Es probable que el público de Anoeta nunca le perdonase a Montanier que no saliera a enfrentarse al Madrid, un equipo al que la Real siempre le planta cara en su estadio.
A grandes rasgos la primera temporada de Montanier en Anoeta no fue buena. De no tener firmado un segundo año de contrato es probable que no hubiera seguido, porque se negoció con otros entrenadores y decidieron seguir con el francés al no aceptar ninguno el cargo. Lo mejor que hizo ese año el técnico galo fue confiar ciegamente en dos jóvenes como Illarramendi e Iñigo Martínez, haciéndoles titulares desde el primer momento y conseguir que el equipo jugase muy bien en algunos partidos, un anticipo de lo que podría ser la siguiente temporada.
Si en su primera temporada el del Villamarín fue un partido clave, en la segunda lo fue el de Málaga. La situación era similar, con el equipo casi en descenso y sin haber puntuado fuera de casa. En algunos partidos se había jugado bien, pero el conjunto de Montanier parecía incapaz de encadenar dos resultados positivos. Esa tendencia cambió en la Rosaleda ante un Málaga que había ganado todos sus partidos de Champions hasta la fecha y en los encuentros posteriores se empezó a vislumbrar el equipo que maravillaría en la segunda vuelta.
Antes de ganar en Málaga la Real firmó el que pudo ser el peor partido de la era Montanier, en Anoeta ante el colista Espanyol. Con un juego paupérrimo, con Markel como único mediocentro y Estrada de interior derecho el público del estadio donostiarra presenció un espectáculo dantesco. El fútbol brilló por su ausencia.
Aquel día, futbolísticamente hablando se tocó fondo, pero en Málaga Montanier decidió cambiar el esquema y poner dos mediocentros en lugar de uno solo. Illarramendi y Pardo dominaron el encuentro de la Rosaleda a su antojo, como sucedió en los partidos posteriores. Ahí empezó el auténtico cambio del equipo, se pasó del inamovible 4-3-3 a un 4-2-3-1 con multitud de variables.
Los jugadores se empezaron a sentir más cómodos con el balón y los resultados no tardaron en llegar. A medida que se ganaban partidos la confianza crecía y el juego cada vez era mejor, llegando a ofrecer auténticos recitales en algunos encuentros. Hubo media hora ante el Valladolid y el primer tiempo ante el Málaga en Anoeta que la Real pareció un ciclón, goleando a sus rivales sin compasión.
Sin embargo creo que el partido más importante del año fue el primero de la segunda vuelta, en casa, ante el imbatible Barça, y para colmo la víspera de San Sebastián, el día más especial del año para cualquier donostiarra. Los de Tito habían ganado todos los encuentros ligueros salvo el choque ante el Madrid, que acabó en tablas, y sólo habían perdido ante el Celtic en Champions. Parecía que el récord de imbatibilidad de la Real de 1980 peligraba –así era porque el Barça parecía imbatible- pero Anoeta vivió una tarde épica culminada con el gol de Agirretxe, un gol que ya está en la historia txuriurdin en uno de los puestos de privilegio.
Es difícil quedarse con un solo encuentro de la temporada. Cada uno tendrá su partido especial, el que más le emocionó, pero yo no recuerdo ningún año que la Real haya firmado tantos partidos épicos. Ante el Valencia se vivió un ambiente en Anoeta como pocas veces se recuerdan, con una comunión absoluta entre grada y equipo. Pasó lo mismo ante el Madrid, que se escapó vivo del feudo donostiarra gracias a Diego López. Ese gol en el descuento de Xabi Prieto que le dio la vida a la Real valió media Champions. Gracias a ese gol se siguió creyendo que el sueño era posible.
Es una pena que Montanier no se pudiera despedir de Anoeta brindando una victoria a la afición ante el todopoderoso Real Madrid, pero el brillante juego del equipo, la trayectoria y la clasificación para la Champions merecían otra despedida. Montanier se fue de Anoeta como llegó, sin hacer ruido, cediendo el protagonismo a los jugadores. Y ese es su gran legado al frente de la Real. Deja un equipo hecho, que juega a las mil maravillas y a unos jugadores que han crecido muchísimo en estas dos temporadas. Todos ellos han mostrado su mejor nivel de la mano del entrenador de Vernon, lo que habla muy bien a favor de Monty.
Reconozco que mis críticas muchas veces pudieran ser excesivas. Probablemente me pasé, pero yo creía en el equipo y en los jugadores, de ahí que mis críticas fueran tan duras. Sabía que la Real tenía unos jugadores fantásticos y que se podía sacar mayor rendimiento del que se sacaba en determinados momentos.
Pero lo que me ha sorprendido gratamente y no lo esperaba ha sido la temporada de Carlos Martínez y Agirretxe. Me trago una por una todas mis palabras, porque no daba un duro por ellos y Montanier ha conseguido que alcancen un nivel de Selección, y eso es fruto de la confianza depositada por el entrenador y el trabajo realizado en Zubieta.
Montanier se va como un señor. En su debe queda haberle dado más minutos a Pardo, pero la consagración del riojano la disfrutará el próximo entrenador. El francés se marcha al Rennes haciendo el mejor trabajo posible en la Real. Es imposible mejorar lo conseguido y él se marcha en la cresta de la ola. Mejor irse como un héroe a volver a convertirse en villano.
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