48 horas después del espectáculo futbolístico que vivimos ante el Betis, quiero hacer mi reflexión sobre el mismo.
Los condicionantes previos al encuentro ya prometían lo máximo. Dos equipos que luchaban por Europa y con vocación ofensiva, nos habíamos citado para acercarnos aún más al objetivo. Anoeta también tenía un color especial. El vetusto marcador electrónico había cambiado su cara por un formato más luminoso y efectista, entreviendo que iba a tener más trabajo del habitual.
A las nueve de la noche daba comienzo el duelo y los dos equipos ponían sus cartas al descubierto. La Real en su línea de equipo que con corazón y calidad, iba a ir de cara a por los tres puntos. El Betis, lejos de encerrarse atrás apostaba también por un juego vertical aunque sus llegadas eran más contadas. Las ocasiones realistas no tardaron en llegar. Vela y Griezmann pudieron adelantar a la Real pero la inspiración de Adrián, y las malas artes del trío arbitral evitaron que llegara el 1-0.
A la media hora, llegaría un momento clave. Un gran remate de cabeza de Agirretxe es repelido por el poste izquierdo de la portería bética. Segundos después, en un contragolpe letal, Jorge Molina batía a Claudio Bravo y ponía injustamente el 0-1. El gol bético fue un pequeño jarro de agua fría para el conjunto txuri urdin que no pudo recuperarse en los últimos quince minutos de la primera parte, aunque los aficionados le despedimos al descanso con una atronadora ovación por su gran juego.
En el segundo periodo, llegaría la locura en el buen sentido de la palabra. Una falta de compenetración entre Mikel González y Bravo, provocó el 0-2 de Pabón. ¿Era el fin? Para otro equipo, tal vez sí, pero esta Real no entiende de rendiciones. En trece minutos mágicos (entre los minutos 49 a 62), el 0-2 se transformó en 3-2 gracias a los goles de Vela, Íñigo Martínez y Xabi Prieto (este último con un penalti a lo panenka recordando viejos tiempos). Fue un éxtasis similar al del día del Barcelona.
Anoeta era una fiesta pero enfrente teníamos a la horma de nuestro zapato. El Betis es un equipo sólido en lo anímico, y mortal en lo ofensivo, y en el minuto 66, Pabón lograría el 3-3 tras un trenzado contragolpe. El partido no tenía un respiro y así seguiría hasta el final. Con una grada entregada y unos jugadores hipermotivados, la Real Sociedad luchó hasta la extenuación por el 4-3 pero unas veces Adrián, y otras veces Iglesia Villanueva (muy sibilino su arbitraje), impidieron que llegara una victoria que hubiera hecho temblar los cimientos del estadio donostiarra.
Pero si algo ha conseguido esta Real es que podemos salir de nuestro estadio completamente felices a pesar de no ganar. Fue tan excelso el juego que mostraron la Real y el Betis, que era imposible no salir de Anoeta, con una sonrisa en la boca. Siempre he solido priorizar los resultados al juego pero esta Real me está haciendo cambiar mi manera de sentir este maravilloso deporte. La grandeza del fútbol, no está siempre en la victoria, sino en ofrecer con nobleza lo mejor de ti mismo.
Realistas y béticos mostraron el lado más bonito de este deporte, y estoy convencido que ambos tendremos recompensa al final de temporada. Por desgracia también vivimos el lado más oscuro y cruel del fútbol (agresiones físicas que ultras disfrazados de aficionados de la Real cometieron contra seguidores del Betis), y es que por desgracia, en todos los equipos siempre existe una serie de matones que lejos de amar a este deporte, buscan descargar sus frustraciones.
Pero no lo van a conseguir. El fútbol es un deporte que une sentimientos e incluso en días como los del domingo, puede llegar a unir a dos equipos que hicieron una exhibición que merece un reconocimiento unánime.
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