Reunión de amigos en La Latina. Tras unas cuantas cervezas, la conversación empieza a girar en torno a fútbol, como es habitual en el grupo de jóvenes. Muchos del Atleti, alguno que otro del Madrid, un par del Barça. Pero hoy, muchos de ellos centran su conversación en un último chaval que sonríe orgulloso en una esquina. Lleva enfundada su elástica txuri-urdin. Es de la Real. Y hoy esas cervezas le están sabiendo a gloria.
Sobre la mesa, muchos nombres de fichajes del veraneo futbolístico. Que si Tévez, que si Cavani. Tras esos dos monstruos del fútbol, alguien saca otro nombre dirigiéndose al realzale. “Qué jugador ese Illarramendi. Pronto para el Madrid”. Pero el chaval de la esquina sigue sonriendo. No es para menos. Él sabe que el Schuster de Mutriku no va a salir de su equipo. Que es guipuzcoano, que quiere a su equipo y a su ama más que a ninguna millonada que le puedan ofrecer. Por una vez, sabe que en el club de sus amores las cosas se han hecho bien, que hay un proyecto que ha dado sus frutos y que ahora solamente queda disfrutar. Con Asier, con Antoine, con Imanol. Y con Jagoba.
La conversación sigue fluyendo por distintos derroteros, que si a quien fichará el Atleti para suplir a Falcao, que si vaya fichaje el de Isco... Alguien vuelve a hablar sobre la Real. “¿No ha fichado a nadie aún? Están tardando...”. El chaval niega, pero sigue sonriendo. "No hay prisa alguna", reitera. La Real no es el Atleti. Ni el Valencia. Es un club de casa, que ha encontrado precisamente en casa lo que durante muchos años perdió por mirar hacia afuera. El chaval sabe que su directiva no caerá en errores de antaño. Por eso sonríe. Y pese a las dudas de sus compañeros de mesa, no hay nadie que hoy le quite esa sonrisa. Es de la Real y hoy más que nunca ese es motivo suficiente para sonreír.
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