Hay algo de lo que no cabe duda. Las últimas semanas de la Liga son perjudiciales para la salud. Por mucho que nos vendan que la presión por alcanzar metas altas es mucho más sana y bonita que la que viven los que tratan de mantener la categoría, la obligación por ganar cada semana genera la misma ansiedad. Los resultados de los equipos implicados producen un tobogán de sensaciones que marcan el estado de ánimo de su gente a lo largo de toda la semana. En la que acaba mañana, nos ha tocado vivir la parte mala, el desazón cuando se ha pinchado y se ha perdido la mano en la jugada de mus.
Al fin y al cabo, esto es como la vida misma. Cada uno se lo toma como puede o como su personalidad se lo permite. El caso es que con las redes sociales vas comprobando cómo lo padecen muchos aficionados. No puede hacerme más gracia un aficionado txuri-urdin entregado a la causa que se ha pasado toda la semana mandando uno o dos mensajes al día, vía Twitter, a Unai Emery, en buen tono, para recordarle que "Gipuzkoa te necesita, confiamos en ti y algún día seguro que volverás… Lagundu".
Reconozco que he pasado una mala resaca tras el maldito empate ante el Madrid. Cuando te encuentras perdido y crees que ya no hay esperanza, necesitas una luz que te permita recobrar la fe. Y yo la he encontrado. El miércoles pasado no había nada en la televisión y me acordé que había grabado el partido del domingo. No voy a entrar en el análisis de todo el encuentro, solo comentaré el impresionante descuento que protagonizó la Real. El colegiado decretó únicamente tres minutos de prolongación y en ese breve espacio de tiempo, agotados y después de haber recibido el mazazo del 2-3 cuando la remontada parecía al alcance de la mano y de haber generado y desperdiciado mil y una ocasiones, nuestros superhéroes fueron capaces de marcar dos goles (uno legal y otro mal anulado) y Agirretxe de mandar fuera un cabezazo casi imposible de fallar. ¿Cómo no voy a creer en este equipo hasta el último segundo del campeonato? ¿Cómo puedo no confiar en que el destino, la Diosa Fortuna y el fútbol se unirán para devolverle una cuarta plaza que merece más que ninguno?
Solía contar Martín Lasarte que para alcanzar un objetivo antes hay que visualizarlo y sentirlo. "Yo he pensado en el ascenso todos los días de la temporada y me he imaginado celebrándolo". No sé si será una fórmula muy fiable, pero les aviso que es muy recomendable porque te mete en faena. Yo ya lo he hecho y merece la pena, porque recargas energías y esperanzas. Aparte del legado que dejará esta campaña, al ser la primera gloriosa de un serial que apunta al oro, no quiero olvidar que este equipo ha desterrado para siempre su fama de blandito y la leyenda de su mandíbula de cristal. No ha habido un conjunto que haya demostrado poseer más carácter y alma que los de Montanier, que se mantienen siempre en pie pese a recibir el más duro de los golpes. Si había que morir en la orilla, no imagino una forma más heroica y noble de hacerlo como la de esta Real.
Para alcanzar un éxito tan grande como entrar en Champions con una plantilla plagada de gente de casa, necesitas el apoyo de una afición única. ¿Alguien se acordó de las pistas de atletismo en los últimos duelos en Anoeta? Desde que viajo con la Real siempre he comentado que la hinchada que más me ha impactado, al margen de la nuestra, es la del Sevilla (después la del Depor). Hace tres semanas, en un Pizjuán con media entrada, el fondo de los Biris no paró de animar a lo largo de todo el partido. Lo más impresionante es que en mitad de una de sus canciones llegó el empate realista y no bajaron ni la voz. Pensé que no lo había visto nunca, pero es que en Anoeta sucedió lo mismo con el 2-3. La grada no se detuvo con el "Goazen Erreala, goazen txapeldun". Nuestros socios los sevillistas entonaban esa misma melodía con el "Vamos mi Sevilla, vamos campeón". Un amigo bético se ponía enfermo hace quince años, al decir: "¿Campeón de qué? ¡Si no han ganado nada!". Ahora ya no puede decir lo mismo. Nuestra Real igual no va a la Champions, ni ha levantado ninguna copa, pero se ha ganado el corazón de toda su gente. Y ese es el mejor título posible. Txapeldun!
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