Llegados a este punto, y tal y como
están las cosas, el pensamiento único se ha instalado en la grada: que la
temporada termine ya. El sábado debe ser el día. La Real tiene todo a su favor
y lo único que debe hacer es aprovecharlo, no fallar ni desesperar a una
parroquia que quiere empezar a pensar en el futuro a corto plazo, en la
planificación, esperemos que ilusionante, de una próxima campaña que abrazará
con la esperanza de vivirla de manera apasionante, en la confianza de seguir a
un club y a una plantilla con una dosis de ambición mucho mayor que el
demostrado hasta ahora.
Es nuestra final de Champions
particular, ante el Racing. Hay que dar el golpe definitivo en la mesa,
certificar la permanencia y, de paso, mandar al infierno a un rival al que se
le tiene ganas. Porque Anoeta ni olvida ni perdona. Las imágenes de un equipo
que, sin jugarse nada, parecía jugarse la vida siguen intactas en nuestra
retina. La celebración por el penalti marrado por Savio, como si hubieran ganado
la Copa del Rey, los abrazos… Calatayud (ahora en el Mallorca), Rubén (en
Osasuna) y compañía se llevaron un buen puñado de euros por puntuar aquel día
en Anoeta. A los citados, dos mercenarios como tantos, les dará igual que el
Racing descienda el sábado de forma matemática. No deja de ser un club más por
el que pasaron sin pena ni gloria. A nosotros, los aficionados de la Real, que
sentimos el club como algo muy nuestro e importante, por lo menos, nos servirá
de vendetta, si bien la tristeza por aquel descenso ya es irreparable.
De manera que, espero, que la
semana próxima ya estemos hablando de una Real salvada, de un Racing descendido
y de un club, el blanquiazul, que trabaja a destajo en la confección de una
plantilla que, en primer lugar, deberá tener jefe. Montanier ha cumplido con el
objetivo de la permanencia, algo que ya hizo Lasarte, pero la duda radica en si
el Consejo le sigue considerando válido para que la plantilla de ese paso al
frente y suba ese escalón cualitativo y cuantitativo que le permita pelear por
cotas más altas. Un objetivo que con el uruguayo consideraban que no iba a ser
posible. Lo vislumbrado a lo largo de toda la competición deja, por lo menos,
un buen número de dudas e incógnitas al respecto. Si lo que se le pidió era la
permanencia, debería seguir. Si lo que se le pidió era que el grupo diera un
paso más para crecer y aspirar a otro tipo de objetivos, personalmente, que
haya debate resulta, por lo menos, razonable, e incluso inevitable.
Entiendo que, de la misma manera que
Guardiola seguro que ya tiene la decisión tomada sobre si continúa o no en el
Barça diga lo que diga, Aperribay y los suyos deben tener ya cogida la sartén
por el mango. De lo contrario, ya iríamos tarde. E insisto, evidentemente, si
deciden prescindir de Montanier, no tendría ningún sentido que continuara
Loren, que fue hasta Francia a buscarlo, como plan B, tras destituir a un
Lasarte renovado pocos meses atrás y fallarle el ‘elegido’.
La ilusión de un
¿imposible?
No hay duda de que el máximo
acierto de Loren como director deportivo ha sido lograr la cesión de Carlos
Vela. Mi opinión es que sus aciertos han sido menores en número que sus
desaciertos, pero en el caso del mexicano, a los hechos me remito, ha dado en
la tecla y hay que reconocerlo. Es un extranjero que marca diferencias. Como
tiene que ser. Un caso opuesto que Mariga, Dramé o Necati, por citar algunos
ejemplos. A partir de aquí, no hay duda de que su continuidad, se ha convertido
prácticamente en un imposible, ya que habrá un buen número de equipos, con
mayores posibilidades económicas y con más aspiraciones deportivas, que le
puedan hacer una oferta mucho más jugosa que la Real. Y ya sabemos cómo
funciona esto. Seguir viéndole vestido de blanquiazul sería una excepcional
noticia y una sorpresa morrocotuda.

No hay comentarios:
Publicar un comentario