Fue un 8 de diciembre de 1998, era festivo en toda España y se daban las condiciones ideales para desplazarse a Madrid a ver a la Real Sociedad.
Tras gestionar el tema de las entradas con varios amigos, nos desplazamos hasta la capital para vivir una "noche europea", ilusionado con el evento cuatro horas antes del partido ya nos encontrábamos en los aledaños del Vicente Calderón.
Mis amigos iban con muchas reticencias, sabían que la Real Sociedad llevaba ventaja en la eliminatoria y se mostraba bastante segura en defensa, no así el Atlético de Madrid, que ya no era el que dos años antes había conseguido el doblete.
Unas cervezas por aquí, unos bocatas por allá, y frío, mucho frío el que hacía aquella noche en la Ribera del Manzanares.
Se aproximaba la hora de acceder al graderío y el encargado de las entradas nos las va repartiendo con diligencia, !Venga vamos, que pronto empieza!
Cuando me toca recoger la mía me advierten: Tú, ¿No pensarás entrar así?, guarda eso y venga adentro.
Guardé mi bufanda txuriurdin en el bolsillo y me enrolé entre las huestes del Frente Atlético, nuestras entradas eran de esa zona del estadio.
Estuve todo el partido viviéndolo con la intensidad propia de una competición del k.o. donde teníamos puestas muchas esperanzas, disfruté en silencio del gol de Gracia que nos concedía una prorroga que no mereciamos después del partido disputado en Anoeta, pero nueve minutos después de comenzar el tiempo extra una jugada ensayada del conjunto colchonero hizo que Santi pusiera el 4-1 en el marcador y a la Real Sociedad fuera de la posibilidad de jugar los cuartos de final de la hoy extinta Copa de la UEFA.
Pero no será el resultado, ni la eliminación, ni el frío de aquella noche lo que quede en mi memoria, sólo quedará la inconsciencia e ingenuidad de un chaval de veintipocos años que no supo valorar que aquel día se jugó la vida viendo el partido entre esas alimañas que minutos antes habían asestado una puñalada mortal a un chaval llegado de San Sebastian con la misma ilusión que yo.
Hoy lo pienso, y aún me estremece el pensar que cualquiera de los que allí estuvimos pudimos ser Aitor Zabaleta.
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