Escribo todavía atolondrado,
incrédulo, muy cabreado, caliente. Me enteré vía twitter. Y mi idea de cómo
desarrollar el artículo de la semana, claro, se fue ayer al traste. No podía
ser para menos. La sanción de dos partidos a Illarramendi es, sencillamente,
una vergüenza. Me parece un insulto, en sí, a la Real y a toda su afición. Una
infamia incomprensible, un agravio extremo que no hay por dónde cogerlo. Es
difícil plasmar en la página en blanco la frustración que siento y que sentirán
todos los que tienen el corazón azul y blanco. Un auténtico esperpento.
Nos toman por el pito de un sereno.
Es lamentable. Un club con la historia, con la grandeza de la Real no merece un
tratamiento semejante por parte ni de los árbitros ni de los comités,
estamentos en los que resulta difícil de medir, por el elevado porcentaje, la
incompetencia imperante. El debate de si la entrada de Illarramendi era roja,
naranja o amarilla ya no importa. En absoluto. El tema trasciende por lo
incomprensible, por lo hiriente. Imponer tal castigo sólo puede ser una
decisión de alguien intransigente, ofuscado, al que lo blanco y azul, y quizá
algo más que trascienda lo meramente deportivo, le pone de los nervios y no
puede soportar. De lo contrario no se entiende. Hasta un crío sabe discernir y
es capaz de señalar sin ningún tipo de duda que el de Mutriku comete una dura
entrada pero sin ningún tipo de intención de hacer daño. ¡Pero si sería incapaz
de quitarle un caramelo a un niño, por favor!
Y ahora, claro, habrá que tragar.
No deberíamos. Para empezar Aperribay no puede hacerse esperar. No puede pasar
un minuto más sin que el presidente de la Real se haga notar y ponga el grito
en el cielo. Que flete un chárter y se plante hoy mismo en Madrid si hace
falta. Ya está bien de atropellos. Que somos la Real, un club centenario, uno
de los pocos que tienen títulos de Liga en sus vitrinas, y que tiene una
afición con solera y un orgullo y un honor que no dejan de ser mancillados por
activa y por pasiva. El mundo del fútbol es una selva y el que no va con el
cuchillo entre los dientes no tiene nada qué hacer. Hay que meter ruido de una
vez por todas. Levantarse frente a la injusticia y no claudicar ante el sistema
establecido. De verdad, Jokin, esto no puede quedar así. Es un atropello. Se
están riendo, mejor dicho, y con perdón, descojonando, a la cara de todos los
que sentimos de verdad la Real.
A partir de aquí, y lo que está en
nuestras manos es la libertad de expresión. Deberíamos tomar la iniciativa y
realizar una protesta multitudinaria el domingo en Anoeta. Ya está bien de
ensuciar el escudo de la Real. Si no nos hacemos oír ante una injusticia de
este calado, ¿cuándo lo vamos a hacer? Es imposible de digerir. Qué vergüenza.
Qué barbaridad. Qué desazón.
Vuelta a las andadas
El ataque indiscriminado a la Real
por parte del comité de competición ha dejado en un segundo plano lo acontecido
en Granada, al margen de la roja a Illarra. Montanier y los suyos volvieron a
las andadas y, por mi parte al menos, no va a haber medias tintas ni excusas de
chiste. El partido fue horrible, el equipo bajó los brazos y el entrenador
volvió a cometer ciertos errores de los cuales parecía que ya había
escarmentado. ¿Por qué cambia la alineación si ante el Sevilla se cuajó un
partido muy completo? ¿No hubiera sido mucho más sencillo repetir ‘once’ o, a
lo sumo, meter a Griezmann por Xabi Prieto, que había estado ausente por fiebre
días atrás? El resultado podía haber sido el mismo, pero, por lo menos, la
coherencia aplicada le hubiera eximido de buena parte de culpa a Montanier.
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