Los seres humanos contamos, como los ordenadores, con una memoria más o menos efectiva, según los casos. En esa memoria almacenamos en principio todas nuestras vivencias, buenas, malas o regulares, y somos nosotros los que decidimos consciente o inconscientemente expulsar de ese almacenaje los hechos que ya no creemos necesarios en nuestra vida. Nuestro instinto de supervivencia hace que la mayoría de los megas de nuestra memoria estén ocupados por el recuerdo de momentos que nos han hecho especialmente felices y por eso hay días, horas, minutos y segundos que permanecen en nuestro particular Dropbox y que parecen inscritos con fuego puesto que perduran por tiempo indefinido. Recordamos esos momentos con una claridad increíble y con toda clase de detalles.
Mi Ram particular es muy ordenado y guarda mis recuerdos en diferentes carpetas según la naturaleza del hecho que me hizo tan feliz. Una de ellas se llama “ Noventa minutos inolvidables” y aunque contiene bastantes acontecimientos, me gustaría que estuviese más llena.
Mis “Noventa minutos inolvidables” se han convertido en ánimo para que, cuando estoy desanimada por otros noventa minutos horribles ( demasiados últimamente), me hagan pensar en que es posible volver a guardar otro episodio feliz.
Abro mi carpeta para encontrar un glorioso “Noventa minutos inolvidables” hace ya bastantes años. Recuerdo perfectamente la hora y media mágica: la ropa que llevaba puesta, las personas que compartieron conmigo ese momento, las elecciones municipales que se celebraban ese mismo día, los cánticos, la música, la alegría, las sonrisas y un número que se convirtió en mágico: el 5.
O aquella hora y media después de dos años en el infierno: el santo carpintero se convirtió en un amigo muy especial y conseguí expulsar a dos comanches.
¿ Cómo olvidar aquella tarde que salimos hermanados con nuestra ikurriña?
Mi carpeta se abre para hacerme recordar aquellos noventa minutos en los que conseguimos llegar al climax total al conseguir ser los primeros por primera vez: mi pantalón verde con camisa a cuadros y jersey verde; mi bufanda al cuello; mi aitona cronómetro en mano para ver cuánto nos faltaba para tocar el cielo; la gente a mi alrededor; las lágrimas de alegría....
O aquella hora y media en casa para volver a tocar el cielo...
El fin de semana que viene existe la posibilidad de volver a abrir la carpeta y hacer un “guardar como” y sois vosotros, chicos, los únicos que podéis abrir esa carpeta y ocupar los megas de la misma para que yo la pueda abrir cuando me haga falta y que esos noventa minutos inolvidables sean otro detalle más para que mis ratos y momentos de bienestar placentero aumenten. Está en vuestras manos, mejor dicho pies, que nuestras memorias Ram estén repletas de momentos inolvidables y que ocupen el lugar de los sueños en esa carpeta “Noventa minutos inolvidables”.
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