viernes, 30 de noviembre de 2012

LA BOLSA DE DEPORTES

Pueden acudir al diccionario y recoger los adjetivos calificativos que quieran. Entrarían en una bolsa de deporte. De las grandes. Todos tienen un denominador común, definen la tristeza, la desilusión, la desesperación, el cansancio, el hartazgo, la debilidad, la incapacidad, la derrota. Golpe tras golpe. Y no escarmentamos. 17.000 valientes en Anoeta, esperanzados, borrachos de realismo, confiando en lo que pudo haber sido y lo que, parece, nunca será. Que no me hablen de leyenda negra, de mal fario o de maldiciones coperas. No. Que me hablen de conformismo, de nulo gen ganador y de ¡virgencita, que me quede como estoy! Por si acaso. Qué pena, de verdad.

El camino no era de rosas, precisamente. Es lo que tiene conocer los hipotéticos futuros cruces con antelación. Hubiera esperado, a la vuelta de la esquina, el Barcelona. Eliminarle, claro, una quimera. Pero es que, el año pasado, en una situación radicalmente contraria, aconteció lo mismo: ridículo y una oportunidad histórica perdida de reverdecer laureles de antaño en esta competición. La importancia que se le da a la Copa es tan secundaria que me atrevería a pensar que, incluso, alguno en el vestuario ha respirado aliviado. Jugar un partido en miércoles de ciento en viento trastoca mucho los planes, obvio, el cansancio, la fortaleza mental… No vaya a ser que nos descentremos y tengamos algún susto en la Liga. No me hagan reír. La Copa importaba un pimiento y así nos ha ido. La falta de ambición es tan enorme en este club que así será imposible conseguir objetivos que hagan reflotar a la maltrecha feligresía txuri urdin. Un conformismo preocupante y desolador, que por desgracia transmiten tanto el entrenador, como los propios futbolistas, unos privilegiados que se limitan a cubrir el expediente y, en ocasiones, ni siquiera eso. ¡Qué poca sangre! Insisto, qué pena.

Por lo demás, como si nada. Montanier seguirá durmiendo tranquilo, convencido de que lo mejor para un equipo que juega un partido un miércoles de pascuas a ramos es hacer rotaciones, y madurando con la almohada qué retocar para visitar al Valencia. Su obsesión cada semana con el rival provoca que se centre más en el adversario que en su propio equipo. Y eso es de perdedor. Sobre todo si, después, habiendo analizado tanto al contrario y confeccionando un ‘once’ en base a quién tengo enfrente, me marcan goles en jugadas de estrategia no trabajadas, o, en su defecto, mal trabajadas. A los hechos me remito. Y los futbolistas tampoco tendrán pesadillas. Con argumentar que la eliminatoria se perdió en Córdoba, ancha es Castilla. Pues fenomenal. Discurso de perdedor. Actitud de perdedor. Porque esta Real, la mejor Real, con las aptitudes que ha demostrado, está perfectamente capacitada para meterle tres, y cuatro, al Córdoba. Pero no existe esa ambición. No. La eliminatoria se perdió en el califato. Claro. En esta línea no llegaremos a ninguna parte. Y lo único que lograrán es que los aficionados de verdad terminemos por darlo por imposible. Eso sí que sería un drama. Estamos en ese camino. Mi bolsa de deportes, por lo menos, está casi llena. Que lo sepan.

Mestalla, ese polvorín

Mestalla es uno de los campos que forma parte de la historia más negra de la Real. Allí certificó el descenso, en tiempos de los Lotina, Bakero, Denonerreala y compañía. Gipuzkoa entera lloró allí. Se trata de un campo que, curiosamente, casi es más complicado para el de casa que para el de fuera a nada que las cosas se pongan algo cuesta arriba. Una afición exigente y dura. A más de un o me gustaría verle allí, como para que se quejen de afición. El año pasado, tras la debacle copera, contra todo pronóstico, la Real se llevó el botín (0-1). Ya nos sorprendieron en Málaga. ¿Qué hacemos? ¿Mantenemos esperanzas? Yo, desde luego, a verlas venir. Por si acaso. Que ya está bien de que me llamen iluso.

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