viernes, 7 de diciembre de 2012

ABRAZOS, MÁS ABRAZOS

No olvidaré el partido de este sábado. Las primeras celebraciones de goles de la Real con tu hijo marcan, y de qué manera. Hasta ahora, claro, imposible saberlo. A punto de hacer 2 años, ya sabe lo que es el fútbol y, por supuesto, ya sabe lo que es la Real, qué colores tiene su camiseta, “txuria eta urdina, aita”. De hecho, ya tiene una a su imagen y semejanza. El otro día, por aquello de la hora del partido, las seis de la tarde, tuvo la oportunidad de estar despierto a la hora del encuentro y aunque, evidentemente, no paró ni un segundo y a la televisión sólo le prestaba atención en momentos puntuales, no desaprovechó la oportunidad para apuntarse a la fiesta de los gritos y celebraciones de los cinco goles, como cinco soles, que endosó el conjunto txuri urdin al valenciano. Esos abrazos padre-hijo hicieron del partido algo más que un mero evento futbolístico. Ya es algo para el recuerdo.

Ellos son el futuro, la futura afición de la Real. Podría decirse que el presente, porque muchos, como es el caso, son socios desde que nacieron. Pero digo futuro porque confío en que crezcan con ese sentimiento txuri urdin tan profundo como tenemos muchos otros, ya talluditos, y que hemos convivido en una montaña rusa de alegrones y decepciones durante más de 30 años. Actuaciones como la del otro día en Mestalla, de nuevo en el momento más delicado, son las que provocan que la ilusión aflore de nuevo y que los mamporrazos de hace pocos días parezcan que son cosa ya del pasado. Estos vaivenes sentimentales no pueden ser buenos y resulta complicado de entender cómo lo que un día es negro se convierte en blanco al siguiente, sin apenas poder entender las razones de semejante vuelta de tuerca. En los tiempos nefastos de quienes nos enfilaron con su gestión a Segunda, se dio el caso de que algunos futbolistas, tras perder en casa contra el Barcelona, se desvivieran por sacarse fotos con sus hijos y los contrarios blaugranas. Eran tiempos en los que el Olentzero terminó las existencias de la tienda del Barça y dejaba a rebosar la de la Real. Tiempos en los que el sentimiento agonizaba.

A todo eso se le está dando la vuelta. Pero faltan un par de velocidades todavía. El más joven seguidor tiene que disfrutar con su equipo. El equipo tiene que darle, tiene que ofrecerle. Porque si lo hace no lo perderá nunca. Es evidente que resulta imposible cuajar siempre actuaciones estelares como la del sábado. Pero la Real tiene que ser ambiciosa, tiene que sacar el gen ganador que otrora era su ADN. No puede ser que nos den una de cal y otra de arena, sucesivamente, y que no pase absolutamente nada. Ni siquiera el mejor de los actores es capaz de representar dos papeles tan diferentes en tan escaso plazo de tiempo. No puede ser que los más pequeños se contagien de sus mayores y pierdan la esperanza, y dejen a un lado el alma blanquiazul. Lo de Mestalla ayuda, y mucho, pero hay que refrendarlo. Ni siquiera vamos a hablar de objetivos, ni de permanencia ni de Europa. Hay algo mucho más importante en juego, esos abrazos padre-hijo. Que nos den más oportunidades. Que a nada que ponen, pueden.

No toques, ¡por qué tocas!

Parece, al fin, que Montanier ha entrado en razón y ha dado con la tecla. Forzado por las lesiones, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Pardo ya es habitual, Prieto parece otro jugando por el centro. Buenas noticias. Ahora sólo resta que el técnico galo se mantenga fiel al clásico que dice que no hay que tocar lo que va bien. Salvo lo indispensable, como acertar con el sustituto de Vela. Ahora que parece que el míster mira más hacia dentro que hacia fuera a la hora de preparar los partidos, sólo habrá que recordarle la célebre frase de una de las series-comedia más en boga en la actualidad. “No toques, ¡por qué tocas!”.



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