El título hace mención a esa pegadiza canción de Manu Chao
titulada, Me gustas tú. Lo cierto es
que me gusta este Montanier, y por supuesto tú: Real.
Tras más de un año y medio entre nosotros, hasta
ahora nunca me había gustado, ni siquiera su Real Sociedad, nuestra Real
Sociedad. Es cierto que la temporada pasada hubo momentos, escasos, muy buenos
como el comienzo ante el Sporting en Gijón y una gran segunda parte ante el
FC. Barcelona. Fases buenas de juego durante los partidos se fueron sucediendo durante toda la
temporada, pero contadas con los dedos de la mano. La Real fue tremendamente irregular protagonizando un rendimiento marcado por los dientes de sierra, por la montaña
rusa. Hoy bien, mañana mal... Incluso llegamos a ser colistas. El equipo no estuvo
cerca del nivel que atesoraba en ningún momento de la temporada.
Y qué decir de la labor del normando. Bajo mi punto de vista,
lamentable, protagonizando todo tipo de errores y sus famosos ´experimontis´. Llegó
sin conocer la liga ni el club y durante toda la temporada trató de amoldar el
equipo a él, y no al revés, cambiando a los jugadores de posiciones; con un
4-3-3 imposible con las líneas separadísimas; con miedo y sin confianza en las
posibilidades del equipo, como demostró en reiteradas ocasiones, la primera, en
la décima jornada ante el Real Madrid en Anoeta en la que se mostró temeroso a
más no poder planteando un encuentro ultradefensivo con cinco defensas y sin
sacar Agirretxe hasta el minuto 81 de juego pese a ir en desventaja en el
marcador desde el minuto 10; con un inoperante Mariga jornada sí y jornada
también… Fuera de casa renunciaba a la posesión y al control del balón y nunca
vimos atisbos de poder llegar a ver al ´pequeño Guardiola´. Un entrenador por
el que se había pagado traspaso y al que, a su vez, se le estaba pagando por hacer un
master en la Real Sociedad.
Era un hecho, esto le quedaba grande. Dije verdaderas
barbaridades de él y me reí de Aperribay cuando aseguró que este grupo de
canteranos era similar al de las ligas y que el de Vernon iba a marcar una
época en la Real. Sin duda la estaba marcando, pero negativa. El
equipo no acababa ni un partido entero y le asoló una plaga de lesiones
musculares debido a una mala preparación; goleadas escandalosa las recibidas
como el 6-1 de Mallorca, y uno de los mayores bochornos que recuerdo desde que
tengo uso de razón en la siguiente eliminatoria de Copa en Granada en la que
alineó ante el todopoderoso conjunto nazarí nada más y nada menos que seis
defensas más Cadamuro… La grada clamaba contra él y el propio Consejo negoció
con Luis Aragonés para sustituirle, pero un gol de Iñigo Martínez desde medio
campo le salvó la cabeza. Con más vidas que un gato y con verdadera flor, el
técnico normando fue salvando ultimatums hasta final de temporada, en la que
Jokin Aperribay ofreció tomar las riendas del equipo a Unai Emery, declinando éste
la oferta de la Real y aceptando la del Sevilla.
Y comenzó esta temporada como había acabado la anterior,
haciendo de las suyas y frenando la euforia de una afición que soñaba con
volver a Europa. La dirección deportiva, a diferencia de la temporada anterior, había hecho los deberes
con nota y había incorporado a Vela, Chory y José Ángel. Pero durante las ocho primeras jornadas Montanier no convocó
a Carlos Martínez y por el contario sí lo hizo con dos jugadores que ni
disponen de minutos en Segunda B con el Sanse de Kodro: Fuchs y Nanizayamo. Ifrán
y Pardo continuaron a su vez en el ostracismo, y Chory apenas contó. Siguió sin
apostar por Illarramendi como ´4´ cuando el rubio de Mutriku daba verdaderos
recitales con la selección actuando en esa posición. El técnico francés,
cabezón como él solo, seguía apostando por un jugador destructivo en esa
posición y no creativo, cuando Illarra había demostrado que él atesoraba ambas cualidades y las ejecutaba con maestría. La afición lo veía, pero el
mister erre que erre. Fuera de casa continuaban los planteamientos temerosos, y
tocamos fondo tras pasar precisamente por Anoeta en la décima jornada el rival al que visitamos este domingo, el Espanyol. Los de Pocchetino
llegaban a Donostia penúltimos y se impusieron por 0-1 a una Real en la que alineó a Dani Estrada en el medio campo y a Carlos Martínez, hasta
entonces inédito, en el lateral.
Y viajamos a Málaga a un punto de los puestos de descenso con un Montanier que naufragaba por segunda campaña consecutiva. Pero de
nuevo apareció el duende del galo, esta vez
en forma de plaga de lesiones en el medio campo que le obligaron a formar con
Illarramendi por delante de la defensa, con Pardo a su lado. El resultado fue magnífico y la Real
ganó con solvencia a un rival Champions, dando ´Zipi y Zape´ un recital. Ahí se
produjo la catarsis y el punto de inflexión de la temporada y de la era
Montanier. Creo que obligado por las circunstancias -y por el toque del Consejo-, pero el de Vernon cambió de
esquema, y tras más de un año se impuso la lógica en sus alineaciones. Comenzó
a dar minutos a Ifran y Chory Castro, incluso a Rubén Pardo. Comenzó a
adaptarse al equipo y no adaptar el equipo a él, y los resultados y el buen
juego comenzaron a llegar. La Real Sociedad era un equipo que solo requería a alguien en el banquillo que le
diese rienda suelta, y no al revés. Y comenzó una regularidad que hasta
entonces nunca habíamos tenido y una escalada espectacular que a día de hoy
nos ha llevado a ocupar la cuarta posición en la tabla, sorprendiendo así a propios y extraños.
El gusto futbolístico de Montanier nunca ha estado en tela
de juicio, sí todo lo demás. Una vez corregidos esos errores y mejorada la preparación, el
equipo acaba entero los partidos y se empiezan a vislumbrar las dotes y el
talento del francés. Este equipo indudablemente lleva su sello y, aunque ha
costado, ambos se han adaptado: entrenador a equipo, equipo a entrenador. La calidad
estaba, solo había que sacarle brillo, y Montanier, ahora, se lo está sacando. Este conjunto crece día a día y está sabiendo interpretar diferentes
roles y sacar partidos adelante que antes se la atascaban. Capaz de jugar como
los ángeles o pelearse en el fango. Montanier ha crecido con el equipo y ya no
intenta imponerse a éste, y una vez se ha sacudido sus complejos y no es timorato,
una vez se ha dejado de planteamientos temerosos y busca la posesión de la bola
y la magia, ha florecido. Un entrenador con gran gusto futbolístico que ha dado con la tecla y que está trabajando desde hace unos meses muy bien. Un entrenador que ya cree en
los suyos. Un entrenador al que la dirección deportiva vio algo que, ahora sí,
está demostrando, y efectivamente como dijo Aperribay, está marcando una época y consiguiendo marcas históricas: De los últimos 19 partidos, tan solo una derrota. Victorias importantísimas en La Rosaleda, Mestalla, San Mamés, y una remontada épica ante el mejor Barça. Récord de goles y de victorias a domicilio. Récord de expulsiones... En definitiva, unos resultados excepcionales acompañados por un juego que ha llamado la atención de medio mundo.
A Montanier le siguen faltando barreras que superar como dar oportunidades a Rubén Pardo y mostrar mayor mano
izquierda haciendo partícipes a todos los jugadores del éxito de la plantilla,
gesto que precisamente tuvo contra el Valladolid al dar minutos a José Ángel, Estrada y el riojano. Me sorprendió a su vez que dejase en el banco a un jugador para él insustituible como Markel Bergara, y aplaudí su decisión. Los jugadores por su parte son una piña y disfrutan con el de Vernon. Negar estos aspectos es ridículo. El éxito de Montanier es el éxito de la Real. Si bien todavía le va a a costar ganarse el favor de una afición que es algo escéptica, quiero creer que no va a volver a cometer los errores del pasado, y que va a acabar clasificandonos para la Champions League. Sí, quiero creer. Y es que este Montanier me gusta.
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