La clasificación aprieta. No hay
manera de despegar, la Real está ahí, haciendo la goma, en medio de un
galimatías de juego y resultados que le impide distanciarse de los puestos
sufridos. Nadie quiere quedarse atrás. Y cualquier error, por pequeño que sea,
se puede pagar caro. Lo malo es que, tiene pinta, el tema va a ser así hasta
final de temporada, un paso adelante y otro atrás. Está faltando el golpe
definitivo, ese que permita obtener una renta de un par de partidos, para evitar
que cada semana mirar la clasificación en el periódico no suponga aglutinar un
cúmulo de sensaciones contradictorias que provocan cierto nerviosismo.
Es lo que cuenta. Es lo que vale.
Porque está visto que dejar una buena imagen en el Camp Nou sirve para lo que
sirve, para autoengañarnos y pensar que se podía haber conseguido algo más,
cuando la realidad es que el Barcelona pisó lo justo el acelerador y dosificó
las fuerzas de manera controlada, a sabiendas que le iba a sobrar para retener
los tres puntos en casa. Por lo menos, no hay duda, la Real pisó el césped culé
dejando poso y no como en años anteriores en los que vagaron como almas en pena
y se llevaron goleadas una tras otra. El que no se consuela es porque no
quiere. Pero menos da una piedra. Jugaron como nunca, perdieron como siempre.
La maldición sigue latente. Pasemos un tupido velo y centrémonos en lo que nos
viene encima. De poco sirven lamentaciones sin sentido cuando la lógica te
aplasta con sus argumentos.
De esta manera, convendría, entonces,
no perder de vista que el descenso está a dos puntos y que podemos llevarnos un
susto en cualquier momento. Lo digo porque ahora parece que nuestro equipo
domina todas las facetas del juego a la perfección, ya que puso contra las
cuerdas al todopoderoso Barcelona. Insisto, el equipo de Guardiola nos ganó sin
despeinarse y ahora llega un Sevilla con entrenador nuevo a Anoeta, con todo lo
que eso conlleva, a tratar de que la Real le haga de efecto aspirina, al igual
que lo ha venido haciendo también con otros. Y dos derrotas seguidas, teniendo
en cuenta lo apretada que está la tabla, te puede hacer caer donde no quieres.
Bueno sería, por lo tanto, ser conscientes de lo que hay y no erigirnos en lo
que no somos. Supongo que no hará falta recordar ridículos como los de Palma,
por ejemplo, ante un Mallorca al que el Athletic, por cierto, eliminó con
solvencia, con tranquilidad y sin ningún problema, haciendo las cosas con
coherencia. Y mírales, ahí están, en otra final de Copa del Rey. Podíamos haber
estado nosotros. Ya estoy pecando de ingenuo otra vez, ¡seré estúpido! La
envidia, insana, me corroe. Ahora bien, al César lo que es del César. El
Athletic, y eso que está jugando competición europea, se ha dejado de historias
y de rotaciones. Han jugado siempre los mejores. Y tienen premio. Los ataques
de entrenador te pueden hundir. Es tan sencillo como poner, siempre que puedas,
a los mejores. Porque lo de dar descanso clama al cielo. Cansado puede estar el
que trabaja doce horas diarias, pero el que entrena dos cada día y juega un
partido a la semana… ¡Por favor! A ver si aprendemos de una santa vez.
Míchel tonto no es
Esperar, en ocasiones, tiene su
premio. Míchel, que al parecer –aunque parezca un chiste- estuvo en la lista de
candidatos para entrenar a la Real antes de que la diosa Fortuna salvara a
Montanier, desechó ofertas del Racing, Zaragoza o Granada y ahora le ha caído
la patata caliente del Sevilla, un club con unas posibilidades mucho mayores y
en el que, lógicamente, a nada que los futbolistas vayan de su mano, puede
lograr dar un salto cualitativo en su carrera. Tonto no ha sido. Se estrenará
como nuevo técnico en el banquillo en el que se despidió de Primera con el
Getafe, el de Anoeta. Casualidades de la vida. Esta vez, no obstante, a ninguno
de los dos les vale el empate…
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