Se baja el telón. En menos de 48 horas la temporada habrá terminado para la Real. Es tiempo de vacaciones. Para
algunos. De toma de decisiones, importantes, para otros. Ciertamente, el punto
y final ante el Valencia no pasará a la historia por su trascendencia –tiene la
misma que un partido de solteros contra casados en cuanto a consecución de
objetivos de unos y otros se refiere-, pero lo que ocurra el sábado sí que será
escrito, con letras de oro, en una de las páginas de la centenaria historia del
club txuri urdin. Mikel Aranburu dirá adiós como a todo futbolista le gustaría.
Ante sus feligreses, en loor de multitudes, recibiendo el homenaje que merece
alguien que se ha convertido en icono, en ejemplo a seguir.
“La bandera de la Real”. Así lo
definió en su día Roberto Olabe cuando era el máximo responsable deportivo de
la entidad. En realidad, la definición no pudo ser más acertada. Y es que, en
un mundo tan egocéntrico como el fútbol, en el que los intereses personales
están muy por encima de los colectivos, el que un jugador renuncie a un
contrato suculento lleno de ceros por quedarse en casa, por defender sus
colores, no es lo común. Actitudes anormales como esa han hecho de Aranburu un
estandarte ya no sólo en el terreno de juego, sino fuera. Y es que es casi
imposible no asociar la Real con aquel niño que eligió el ‘11’ para lucir en su
espalda y que ha terminado luciendo el brazalete de capitán, defendiendo
siempre el balón abanderado con corona, su escudo, nuestro escudo.
En el terreno pantanoso que se ha
convertido el fútbol no es fácil mantenerse al margen, centrado en el trabajo
de uno mismo y no levantar la voz. Mikel ni siquiera lo hizo cuando pudo clamar
al cielo y maldecir a toda la familia del ínclito Oriol, que a punto estuvo de
poner fin a su carrera, o a la de Pino Zamorano, el vendedor de cupones metido
a árbitro que no señaló ni siquiera falta en la bestial entrada del ex jugador
del Racing. Siempre respetuoso, y siempre atento también en la relación
personal periodista-futbolista que, en ocasiones, no es fácil de llevar. Ni un
mal gesto ni una mala contestación, siempre correcto. Con el arriba firmante y
con todos. El sábado recibirá la insignia de oro y brillantes. Y no será fácil
que pueda reprimir las lágrimas cuando sea sustituido y Anoeta, a rebosar y
puesta en pie, lo despida con una ovación de las que marcan una época.
Su legado es grande. Su nombre será
siempre ejemplo y referente de lo que debe ser un canterazo de la Real. Y eso
ya lo saben los más jóvenes. Quienes traten de parecerse lo más posible a él
tendrán opciones de llegar alto. El resto, lo más probable es que terminen en
equipos de categorías inferiores o defenestrados.
Mañan a las once de la noche
Aranburu será pasado. Grandioso, pero pasado. Y será el momento de seguir
edificando el futuro dando pasos en el presente. Y son muchas las dudas que
tiene el aficionado. Dudas que tienen que ser satisfechas con prontitud y paso
firme. Primero, con la determinación de si habrá nuevo jefe en la oficina o no.
Después, con la incorporación de futbolistas que marquen diferencias. Como lo
ha hecho Aranburu durante toda su carrera. Zorte on, Mikel, bihotzez.
El salto de calidad, a
debate
El debate está en la calle. ¿Ha
logrado Montanier dar al equipo ese salto de calidad que pretendía el Consejo?
Hay opiniones para todo los gustos. Pero el quid de la cuestión, al final, es
si el Consejo mantiene su fe ciega en el francés o no. Hay dudas, y el que
hayan barajado otras posibilidades lo deja a las claras. A partir de ahí, la
otra clave sería si el propio técnico quiere seguir visto lo visto. Se trata de
una cuestión capital a la que hay que meterle mano ya. El sábado termina la
Liga y debería ser el día en el que la afición sepa si Montanier va a ser el
entrenador la próxima temporada o no. Lo contrario supondría seguir alimentando
un debate que en nada beneficia a la Real.
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