viernes, 11 de mayo de 2012

DE ORO Y BRILLANTES


Se baja el telón. En menos de 48 horas la temporada habrá terminado para la Real. Es tiempo de vacaciones. Para algunos. De toma de decisiones, importantes, para otros. Ciertamente, el punto y final ante el Valencia no pasará a la historia por su trascendencia –tiene la misma que un partido de solteros contra casados en cuanto a consecución de objetivos de unos y otros se refiere-, pero lo que ocurra el sábado sí que será escrito, con letras de oro, en una de las páginas de la centenaria historia del club txuri urdin. Mikel Aranburu dirá adiós como a todo futbolista le gustaría. Ante sus feligreses, en loor de multitudes, recibiendo el homenaje que merece alguien que se ha convertido en icono, en ejemplo a seguir.

“La bandera de la Real”. Así lo definió en su día Roberto Olabe cuando era el máximo responsable deportivo de la entidad. En realidad, la definición no pudo ser más acertada. Y es que, en un mundo tan egocéntrico como el fútbol, en el que los intereses personales están muy por encima de los colectivos, el que un jugador renuncie a un contrato suculento lleno de ceros por quedarse en casa, por defender sus colores, no es lo común. Actitudes anormales como esa han hecho de Aranburu un estandarte ya no sólo en el terreno de juego, sino fuera. Y es que es casi imposible no asociar la Real con aquel niño que eligió el ‘11’ para lucir en su espalda y que ha terminado luciendo el brazalete de capitán, defendiendo siempre el balón abanderado con corona, su escudo, nuestro escudo.

En el terreno pantanoso que se ha convertido el fútbol no es fácil mantenerse al margen, centrado en el trabajo de uno mismo y no levantar la voz. Mikel ni siquiera lo hizo cuando pudo clamar al cielo y maldecir a toda la familia del ínclito Oriol, que a punto estuvo de poner fin a su carrera, o a la de Pino Zamorano, el vendedor de cupones metido a árbitro que no señaló ni siquiera falta en la bestial entrada del ex jugador del Racing. Siempre respetuoso, y siempre atento también en la relación personal periodista-futbolista que, en ocasiones, no es fácil de llevar. Ni un mal gesto ni una mala contestación, siempre correcto. Con el arriba firmante y con todos. El sábado recibirá la insignia de oro y brillantes. Y no será fácil que pueda reprimir las lágrimas cuando sea sustituido y Anoeta, a rebosar y puesta en pie, lo despida con una ovación de las que marcan una época.

Su legado es grande. Su nombre será siempre ejemplo y referente de lo que debe ser un canterazo de la Real. Y eso ya lo saben los más jóvenes. Quienes traten de parecerse lo más posible a él tendrán opciones de llegar alto. El resto, lo más probable es que terminen en equipos de categorías inferiores o defenestrados.

Mañan a las once de la noche Aranburu será pasado. Grandioso, pero pasado. Y será el momento de seguir edificando el futuro dando pasos en el presente. Y son muchas las dudas que tiene el aficionado. Dudas que tienen que ser satisfechas con prontitud y paso firme. Primero, con la determinación de si habrá nuevo jefe en la oficina o no. Después, con la incorporación de futbolistas que marquen diferencias. Como lo ha hecho Aranburu durante toda su carrera. Zorte on, Mikel, bihotzez.

El salto de calidad, a debate

El debate está en la calle. ¿Ha logrado Montanier dar al equipo ese salto de calidad que pretendía el Consejo? Hay opiniones para todo los gustos. Pero el quid de la cuestión, al final, es si el Consejo mantiene su fe ciega en el francés o no. Hay dudas, y el que hayan barajado otras posibilidades lo deja a las claras. A partir de ahí, la otra clave sería si el propio técnico quiere seguir visto lo visto. Se trata de una cuestión capital a la que hay que meterle mano ya. El sábado termina la Liga y debería ser el día en el que la afición sepa si Montanier va a ser el entrenador la próxima temporada o no. Lo contrario supondría seguir alimentando un debate que en nada beneficia a la Real. 

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