El destino parece que nos tiene ojeriza. Las noticias esta semana, previa al derbi ante el Athletic, no pueden ser peores. Un palo el domingo. Otro, enorme, el miércoles. Primero la derrota, lamentable, ante el Levante. Después, la confirmación de perder a Bravo para varias, bastantes, semanas. Dicen que las desgracias no vienen solas. Miedo me da el partido del sábado, ¿será el equipo capaz de darle la vuelta a esta tendencia?
Por partes. Por orden de calendario. Visita al Ciutat de Levante. Territorio históricamente fatal para los intereses de la Real. No hubo cambio de rumbo. Nueva derrota, muy dolorosa por el transcurrir de los acontecimientos. Otro día más, el equipo ofreció una cara A y una cara B y esta última pesó más. Despropósito general cuando el resultado era favorable y una incapacidad e ineficacia ya preocupantes tanto sobre el terreno de juego como en el banquillo. Ya son demasiadas las veces en las que se ha tropezado en la misma piedra. Y la conclusión no puede ser otra. Por las razones que sean, este equipo es más blando que la mantequilla por naturaleza y mentalmente se viene abajo a las primeras de cambio. La capacidad de reacción es nula y lo que parece destinado a ocurrir, según avanzan los minutos, es lo que, finalmente, termina sucediendo. Todos, salvo, parece, Montanier y sus futbolistas, lo veían venir. Ni amago de buscar, y mucho menos encontrar, soluciones. Una pena.
Confianza, paciencia, tranquilidad. Son las palabras de moda ahora mismo. Pero es que cuando se observan los mismos errores una y otra vez y no se le pone remedio, el hartazgo es bestial. Y uno se desespera. Porque, aún teniendo bastante mejor plantilla que el año pasado, ni el entrenador sabe sacarle partido ni los jugadores sacar a relucir toda la clase que atesoran. Los “ataques de entrenador” del míster son incomprensibles y la dejadez y la falta de contundencia de los suyos, desconcertantes. Un mal endémico. O se extirpa de una vez o terminaremos en el mismo punto del año pasado: con el entrenador en la cuerda floja y, si me apuras, despedido.
Y en estas, llega el derbi. Que, pienso, puede significar un antes y un después, sobre todo, para mal. Hasta ahora, las derrotas fuera se han contrarestado con triunfos consistentes en Anoeta. Un mal resultado ante el Athletic puede encender varias de las alarmas y, principalmente, puede azotar definitivamente un entorno hasta ahora en calma, pero que comienza a cansarse de ciertas decisiones y de ciertas actuaciones. Para colmo, el mazazo de constatar la grave lesión de Bravo, no hace sino sembrar de ciertas dudas un engranaje, el defensivo, que ya de por sí hizo aguas ante el Levante. La seguridad, la habilidad del chileno están fuera de toda duda. No queda otra que encomendarse a un Eñaut que ha estado ahí cuando se le ha necesitado. Llega su momento. Claro que, visto lo visto, puede que Montanier decida poner a José Ángel de portero, ya puestos…
¡Y tanto que ilustre!
La Real hizo entrega ayer de la insignia de oro a los socios que acumulan ya 50 años de feligresía. Todo el mérito y reconocimiento para ellos que, tanto a las duras, como a las maduras, han estado ahí, apoyando, sintiendo de verdad los dos colores que llevan en corazón, el azul y el blanco. Un reparto ilustre entre los que figuran Luis Arconada o Marco Antonio Boronat, aunque para mí, me permitirán una licencia, la referencia será mi aita, del cual desde pequeño he recibido ese sentimiento que llevo tan dentro. Él también recogerá la insignia de oro. Y para mí es un gran orgullo.
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