Víspera de San Sebastián. Los presagios no eran nada buenos, habían pronosticado ciclogénesis explosiva, y “el mejor equipo del mundo” visitaba nuestra casa invicto y con ganas de arruinarnos el día. Ni ciclogénesis ni estrellas mundialistas. No estábamos por la labor de permitir a nadie que no tocáramos nuestros tambores.
Como todos los años las sociedades y los restaurantes preparaban sus mejores galas y unos exquisitos menús que degustar antes de romper los tambores y asistir a la izada de bandera.
Me habían convocado a una cena un tanto temprana, seis de la tarde, pero cuando este anfitrión me cita, yo acudo rauda, veloz y ansiosa cualquier día y a cualquier hora, faltaría más: es mi amante. Como siempre, vestida con mis mejores galas, mi mejor sonrisa, muchos nervios y con ganas de entregarme en cuerpo y alma, me dirigí a mi cita de cada fin de semana, esta vez sabiendo que al final tendríamos traca final: la izada de bandera bajo la atronadora tamborrada.
Comenzó el banquete con un entrante sonoro y emocionante: los tambores ya empezaban a entonar no sólo la marcha de San Sebastián, sino que acompañaban el himno txuriurdin provocando, como siempre, que mi piel se erizara, mi corazón se acelerara y las lágrimas llenaran mis ojos.
Los dos primeros platos no me hicieron mucha gracia, es más, me parecieron un tanto inoportunos. ¿De verdad que pensaba conquistarme con cocina tradicional catalana? ¿Pan tumaca y escalibada? ¡Anda ya, esfuérzate un poco más si quieres tenerme! Vale, es verdad que eran de primera calidad, los mejores del mundo.... pero no, no me gustaron. No estábamos en el Bulli y no me parecía apropiado invitarme a una cena para celebrar el gran día de Donosti y presentarme gastronomía catalana.
Entonces, y al mostrarle mi cara de amante infeliz, insatisfecha y esperando más ímpetu por su parte, se puso su gorro de cocinero de primera, de chef de la mejor cocina vasca, se anudó su delantal impecable y comenzó a cocinar para mí, en vivo y en directo, los mejores platos, envidia de los chefs más consagrados. El banquete comenzaba a ser merecedor de los epítetos más sobresalientes. Con sus mejores galas, aparecieron delante mío dos manjares dignos de mención, primero uno y luego otro, para poder ir degustando poco a poco, sin atragantarme, saboreando el momento y poco a poco, lentamente para ir preparándome para el postre. Cuando creía que era imposible superar la calidad y exquisitez de aquel banquete, cuando los preliminares estaban siendo de una calidad suprema, llegó el climax final. Luchando hasta el último momento contra todos los impedimentos en aquella cocina abarrotada de elementos considerados los mejores del mundo, apareció el plato estrella con un ingrediente excepcional llegado a toda velocidad desde Navarra dando un toque grandioso y mágico para que un pinche recién llegado a la cocina rematara el plato de forma magistral consiguiendo que una vez más me rindiera a los encantos de este amante que consigue encenderme una y otra vez, incluso cuando menos espero de él ,cuando las dificultades se multiplican y ante los profesionales más laureados y con más estrellas Michelín.
Y una vez más retumbaron los tambores y barriles. Sonó nuestro himno cuando tú y yo nos fundimos en un beso y nos volvimos a jurar amor eterno bajo la ciclogénesis explosiva txuriurdin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario