El viernes pasado Sergio Ramos cumplió 100 partidos con la selección española. Todavía me acuerdo de la primera vez que le vi en las categorías inferiores. Jugaba siempre de lateral derecho y tenía unas condiciones impresionantes, además de un hambre que se le quedaba pequeño el campo. Era un auténtico animal. Tras despuntar en el Sevilla, recuerdo que el día que el Madrid accedió a abonar los 30 millones de su cláusula Alfredo Relaño me preguntó en la redacción de As: "¿No te parece una salvajada que paguen tanto?". Por supuesto, les cuento mi respuesta porque atiné de lleno: "Es muy bueno y es lo que cuesta. Es normal que el Madrid quiera comprar a los mejores, pero por eso cuestan tanto". Eso sí, el mismo razonamiento utilizaremos a partir de ahora cuando los grandes empiecen a interesarse de verdad por Iñigo Martínez.
No es mi intención hacer ni la más mínima comparación con el madridista, que con el tiempo, algo que se veía venir, se ha convertido en uno de los zagueros más importantes del mundo. Lo digo con rotundidad, porque conociendo la sensibilidad y, por qué no decirlo, la crueldad de muchos con él, no tardarán en desprestigiar este artículo con el argumento de que se me ha ido la olla.
En la cantera de la Real también destacaba hace casi diez años un futbolista con una enorme proyección gracias a unas aptitudes excelentes. Si preguntas a los técnicos de la casa que le conocieron, casi todos reconocen que estaban convencidos de que no iba a tardar en triunfar en el primer equipo. Estoy hablando de Elustondo, como supongo que muchos habrán imaginado. Reconozco que todavía me encuentro sobrecogido por la entrevista que le hice en Boltaña. El beasaindarra me relató su vía crucis con las lesiones y, en algunos momentos, incluso le noté emocionarse al hablar de la impotencia que le generaba la injusticia de no poder ser uno más.
La carrera de Gorka no está siendo un camino de rosas. Nada más llegar al primer equipo, un sector del entorno cayó en el error garrafal que nunca se debe cometer en un club de cantera: precipitarse al ponerle el listón de la exigencia demasiado alto. Al centrocampista le costó asentarse y consolidarse en la Real, pero cuando lo iba logrando, los mismos volvieron a perjudicarle al utilizarle como arma arrojadiza en su cruzada contra el anterior presidente. Pese a que nunca acreditó un gen competitivo que le permitiese comerse la hierba, lo que ha pagado con un incómodo déficit de conexión con la grada, cuando por fin era indiscutible llegó su lesión ante el Alavés que curó mal, en parte debido a un debatible diagnóstico y tratamiento.
Su vida actual es un infierno. Quiere jugar y puede hacerlo, porque para el club, con el presidente y el entrenador a la cabeza, es un elemento de gran valor, pero los continuos contratiempos generados por las secuelas del maldito esguince no paran de frenarle.
Admito que a lo largo de su trayectoria ha podido cometer errores, como dejarse ver demasiado fuera de los campos. Pero comprendo que un estado de desesperación y hasta incluso de depresión puede llevar a cualquiera a tener que desconectar o desahogarse de algún modo. A todos nos ha pasado a nuestra manera y escala, ¿o no? ¿O es que a una de las estrellas de la plantilla, que sale mucho más que él, no se le disculpa todo porque marca muchos goles?
A Elustondo yo le espero. Porque creo que es un futbolista muy válido para la plantilla. Porque cuando iba camino de ser una estrella vino el Liverpool a ficharle y dijo que se quedaba en la Real. Y porque cuando se lesionó llevaba puesta la txuri-urdin. Con esto me basta y me sobra. Parafraseando el final de la película Gladiator, que vi el lunes por vigesimoséptima vez, "era un soldado de Roma, honradle". Elustondo es un soldado de la Real, respetadle.
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