La Real Sociedad se ha graduado con Matrícula de Honor en esta temporada. Una nota muy merecida porque al resultado en la tabla, le ha acompañado el buen juego. Porque tras los números se esconde una realidad humilde, austera y fiel a una identidad. Porque a este presente ilusionante le corresponde un pasado complicado. Y porque esa Matrícula de Honor no es sino la suma de un dominio de todas las materias.
Este equipo ha aprendido a remontar partidos. A superar bajas importantes. A jugar con un rival encerrado atrás. A ganar donde nadie lo ha hecho. A ser un equipo. A defender su historia. A firmar la última victoria en un escenario histórico. A luchar partidos trabados. A perder el balón sin perder su estilo. A adaptarse a las circunstancias. A reinventarse ante el rival. A tener paciencia y hacer gala de inteligencia. A sacar petróleo de cada hueco. A ganar caóticos partidos. A defender. A explotar al rival en tan sólo quince. Y a disfrutar como hacía años.
El domingo vivimos una nueva demostración de todo ello. El Valencia salió enchufadísimo, con las líneas adelantadas y ejerciendo muchísima presión a la Real Sociedad. El partido tuvo un ritmo muy intenso, casi de locura, desde el primer minuto. Y, aunque Vela amagó antes, Soldado adelantó al rival.
Pero los de Montanier bordan las remontadas. Con paciencia, buscando ser fieles a su estilo lo poco que el rival les dejaba, le demostró que lo de ser cuartos en tabla no es fruto de la casualidad. Todo el equipo se implicó en un trabajo brutal de defensa, de buscar huecos, de tratar de retener el balón y de darle velocidad al juego en los metros finales. Markel confirmaba su evolución en el campo con un partido en el que su actuación fue vital en el centro del campo. Carlos Martínez era omnipresente: ahora central, ahora portero, ahora lateral, ahora mediocentro, ahora extremo, etc.
La grada sufría, a la vez que disfrutaba. El Valencia fue un rival difícil y creó mucho peligro. Y entonces, una contra impecable, una jugada casi de consola y la Real se adelantó en el marcador. El júbilo se apoderó de la afición. La máquina realista estaba a tope.
Se acercaba el final. ¡Vaya locura de final! Agirretxe, el crack de la noche, nos dio la tranquilidad con un tercer gol que enloqueció a la grada. Bufandas en alto en un ambiente precioso, volcado y de ensueño, que enmudeció ligeramente con el segundo tanto valenciano. Quedaban apenas unos minutos y, aunque la afición no dejó de animar, una falta al borde del área nos hizo echar a temblar. No queríamos creer que nos fueran a arrebatar el sueño y entonces de nuevo Imagol nos regaló el mejor gol del año. Precioso, de clase, de talento, de locura.
¡WE ARE CHAMPIONS LEAGUE!
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