sábado, 18 de mayo de 2013

POR GAZTELU


Cualquier realista que se precie nacido a partir de 1974 ha crecido con la impotencia de no haber podido disfrutar como Dios manda del gol de Zamora en Gijón. Casi todas las personas allí presentes con las que he tenido la oportunidad de hablar me han reconocido que fue el momento de sus vidas. Y yo les entiendo, por supuesto, porque a mí me hubiera pasado lo mismo. El primer recuerdo en el tiempo que tengo es precisamente la explosión de alegría de mi familia en la casa de mi tío Ramón con el tanto en El Molinón. Siempre he pensado que si llego a estar en el campo el primero que abraza a Zamora antes de llegar a la valla soy yo. Incluso me acuerdo que cuando visité por primera vez el coliseo gijonés, como era un entrenamiento de la selección y la prensa podía estar en el césped, me dirigí directo hacia la portería del gol y me quedé parado en el mismo sitio donde el 10 blanquiazul disparó para batir al malogrado Castro. Fue un momento muy místico.

Pero la sensación de decepción no perdonó ni a la generación de oro txuri-urdin. Siempre comentamos que nos hubiese gustado celebrar a lo grande el primer título, aunque olvidamos que para ello, habría que hacerse obligatoriamente con el pack completo. Y este incluye la decepción más grande de la historia de este club, que llegó un año antes en el Ramón Sánchez Pizjuán cuando la mejor Real de la historia, la del récord de imbatibilidad aún vigente, se quedó sin la primera Liga que merecía de largo. En el centro de cualquier debate quedó la figura de Gaztelu. El padre de Aranzabal, idolatrado por sus compañeros, cometió un error garrafal cuando el truhán de Bertoni le pidió el balón a sus espaldas y se lo cedió creyendo que era un compañero.

Nadie se lo echó en cara jamás, porque era la persona más respetada y querida de la plantilla. Recuerdo que mi tío siempre me contaba un partido heroico en el Calderón, en el que tuvo que actuar de delantero centro improvisado por las bajas y volvió locos a los defensas del Atlético, quitándoles todos los balones aéreos pese a su baja estatura.

El caso es que la Real perdió ante un Sevilla con nueve, por la expulsión de dos futbolistas por protestar, lo que confirmó su sospechosa extramotivación, ya que no se jugaba nada en la tabla. Uno de ellos era Blanco, el ahora conocido comentarista radiofónico.

Yo sigo creyendo en la Real. Entiendo y reconozco que el gol del Granada fue un jarro de agua fría muy duro. De los golpes más dolorosos que recuerdo. Pero prefiero pensar que en Sevilla, como en 1980 y pese al inconsolable disgusto, se dio el paso definitivo a la mejor época que ha vivido el club con los dos títulos de Liga. Y ahora quiero y deseo imaginar que nos encontramos en una situación similar.

La Real tiene muchas opciones de quedar cuarta, como yo confío en que lo va a lograr, pero si no es posible, finalizará en quinta posición, un puesto con un mérito tan antológico e indiscutible como decepcionante, por lo que pudo haber sido. Pronostico que esta jornada, que es clave, se le pondrá todo más a su favor, y estoy seguro de que esta épica Real, capaz de ningunear maldiciones históricas, se encuentra preparada para vengar al bueno de Gaztelu. No solo por él, sino porque un triunfo nos devolvería a la realidad de esta temporada, la que nos ha llevado a tocar el cielo. Eskerrik asko de antemano. Pase lo que pase.


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