Acostumbrarse a ver un partido de la Real sin sufrir no sé si es bueno. Pero, parece, que algo está cambiando, o que ha cambiado ya, en el aura txuri urdin. Ni siquiera el tsunami provocado por las declaraciones de Iñaki Badiola ha afectado en las entrañas del vestuario. Asombroso, una maravilla. Otrora, no hay duda, el equipo hubiera salido golpeado de Zaragoza, incapaz de dejar a un lado los efectos colaterales derivados de temas ajenos a lo esencialmente deportivo. Sin lugar a equívocos, es la mejor noticia y lo más positivo que puede extraerse de la victoria cosechada en La Romareda. Triunfo al que no se le puede poner ningún ‘pero’. Únicamente, quizá, el poder haber cerrado el encuentro con más goles, al estilo de lo que hizo el Espanyol en San Mamés, próximo destino blanquiazul, por cierto, a la vuelta de la esquina. Hay ganas. Muchas.
Montanier nos está convenciendo en los últimos meses. Al César, lo que es del César. De igual manera que se le ha criticado en momentos determinados, hoy es el día en el que hay que reconocer que está llevando a la plantilla, al equipo, por el camino correcto, tomando como base su ideario futbolístico pero sin abandonar un sentido común tan importante como la calidad, bien en el deporte como en la vida en sí mismo. Sinceramente, si hace un tiempo cada semana había alguna decisión que sorprendía a propios y a extraños y que resultaba complicada de digerir, hoy eso es historia pasada, y, más allá de los gustos de unos y otros, todo lo que hace tiene lógica, tiene su sentido. Y ahí están los resultados.
Los jugadores también han dado un paso al frente. Y, desde fuera, se evidencia por los discursos que ofrecen cuando salen a la palestra en sala de prensa. Hablar de Europa ha dejado de ser tabú, los futbolistas se expresan con total firmeza al asegurar que el objetivo, llegados a estas alturas de campaña, tiene que ser lograr pasaporte para la competición internacional. En Zaragoza supieron leer el partido a la perfección, controlándolo, y llevándolo al terreno que más les convenía en cada momento. Una señal de madurez hasta ahora inexistente. Y es que, precisamente, una de las críticas más severas que viene llevándose, desde hace años, la actual Real es su candidez, su falta de pillería, que hasta ahora quedaba encubierta por la inequívoca falta de experiencia de un importante grupo de jugadores que recientemente habían dado el salto al primer equipo. Pero es que estos son, al final, los más listos de la clase. Y lo importante que es eso. Capital para una plantilla. Esencial para fortalecer un equipo que tenía una filosofía edificada pero débil en su base.
Y, así, sí, Europa se atisba en el horizonte. Queda un trayecto enorme todavía, pero la clave radica en la ilusión y en la fe que han provocado estos alumnos, los más listos de la clase, que han ayudado a conjuntar un grupo de futbolistas que combinan, ahora sí, tanto calidad como saber estar. Con todas las letras. Veremos qué nota sacan en junio. De momento, van camino del sobresaliente.
Superlativo Vela
Disfrutemos de él, porque me da la sensación de que va a durar menos que un azucarillo en el café. Carlos Vela es un futbolista de otro calibre, un jugador que estando a su nivel es, pues eso, como para formar parte de todo un Ársenal, club que vio en él un diamante sin pulir y que, por razones que se me escapan, no supo lograrlo. El mexicano cumple los parámetros del extranjero que necesita la Real: marca las diferencias, ofrece cosas que no ofrecen los que tenemos en casa, en Zubieta. Da gusto verle jugar, y más vistiendo de blanquiazul. Superlativo Vela.
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